Wednesday, December 28, 2005

La historia de un despertar


Doblamos la filosa esquina del camino
Esperando perezosos el melifluo olor a estrellas;
Diletantes, como oscuros pensamientos,
Sonrientes, con espesas pestañas veteadas de sopor.

Era la hora de romperse las uñas en el asfalto
De arrastrar nuestra suerte desnutrida de inocencia.
Los faros, lejanos y aturdidos,
Los niños, sangrando sus oídos.
Pero era la hora, puntual, igual al tiempo, puntual.

Doblamos las estrellas afilando las esperas
Rezando a gatas, distrayendo las sonrisas
Por los rincones donde el sol se despereza
Del estertor del gran bostezo de los cielos.

Desesperamos.
Nos colgamos al pescuezo un par de puntos y una coma
Y despertamos con un silencio entre las cejas.
Todos nosotros. Solos.

Después llegó la hora de despertar las sonrisas
Vestidas de vespertinos arreboles rosáceos
Perdidos en el tiempo de los sueños
Atravesados por mi único aliento
Que susurraba, solo, un débil hálito de estrellas.

Después, el tiempo.
De doble cara su amanecer somnoliento,
Enderezando las esquinas, atravesando las esperas,
Dibujando pensamientos,
Desnudando las estrellas de su eterno olor a sueño.

Friday, October 28, 2005


Presiento mi blog morir. Vivo a penas como una cucaracha acéfala. No veo nada al frente, desde aquí.
"Así, lo mismo da embriagarse a solas que ser dirigente de pueblos. Si una de estas actividades vale más que la otra, no será a causa de su objetivo real, sino del grado de conciencia que posea de su objetivo ideal; y, en este caso, podrá ocurrir que el quietismo del borracho solitario prevalezca sobre la vana agitación del dirigente de pueblos." - J-P. Sartre

Salú!

Sunday, October 16, 2005

Angustia


El reloj adusto desangrándome los días. Lo veo escurrirse sin llegar nunca a donde quiero. La angustia, toda paralizada en sus agujas. Las manos sudorosas. Las mil posibilidades de hacer del reloj una carretera hacia mí (hacia lo que debo ser, hacia lo que seré, hacia lo que puedo ser; es igual).
La angustia, atorada en la garganta, a penas gotea palabras que golpean una a una, lenta tecla tras lenta tecla.
La angustia: la infinita posibilidad del futuro, convertida en horroroso fantasma de lo que no "es" en el presente.

Saturday, October 08, 2005

Music 4 the road


"Truckin'" de Grateful Dead sonando en el estereo. La banda sonora de lo que yo entiendo hoy como mis días.

El viaje es algo más que moverse de un sitio a otro. El espacio es solo el marco de referencia para un sentido irreversible del movimiento de la vida, es la ineluctable dicotomía desde el "de" hasta el "hacia" que supone nuestra existenica.
El viaje visto como el eterno fluir hacia un estado distinto de la vida, y distinto en tanto que un estado superior, supone ser encuadrado fuera de lo que somos como presente, en nuestra calidad de seres trascendentes: la música respresenta ese intangible de nuestra existencia, regalando realidad a nuestros pensamientos, nuestro sentir: todo eso que parecemos no ser pero que somos en cada aliento de vida interna, ajena al mundo "real". Esa música que dibuja el mapa de nuestros viajes en la vida -entendiendo el viaje como el camino que nos lleva a eso que busamos (qué pueda ser lo que buscamos queda pendiente en la interrogante)- resulta tan importante o más que el viaje mismo en tanto que es lo presente de ese viaje que queda relegado a la memoria.
La música de viaje es tan diversa como viajeros existen -creo en que los que puedan llegar a leer este blog pertenencen a esos viajeros - pero existen artistas que por exelencia se relacionana con el "road" como pocos pueden. Incasablemente suenan en mi estereo, desde algunos meses, dos paradigmáticos del género:

- Bob Dylan
- The Grateful Dead

Hay algunas frases que se repiten en mi mente como frijoles indigestos:

"At least I enjoyed the ride" -García
"Most of the time, I can keep both feet on the ground" - Dylan
"I will get by, I will survive" -García

Tal vez porque estas frases representan para mí el sentido de el viaje en carretera, del trillado "on the road" que aparece en toda historia que vale la pena, me hacen permencer inexorable ante el camino que hay que recorrer.
Hay tantas ideas que rebullen en mi mente ahora sobre el-los viajes que el corto tiempo que le puedo dedicar a un blog no me permite dilucidar, que prefiero dejar la tarea pendiente para un futuro blog de "on the road thoughts". Mientras tanto, algunas de mis road movies preferidas, que simbolizan ese extenso e indifinible viaje:

- Bonnie & Clyde
- The Wizzard of Oz
- Paris, Texas
- The straight story
- Kalifornia

No sé donde habré escuhado la frase, pero creo que vale la pena recordarla: ninguna historia puede exisitr fuera de ser la "hisotoria de un viaje".

Los saludo a ustedes, viajeros.

Thursday, September 29, 2005

(...)


"How can the mind be so imperfect?" she says with a smile.
I look at my hands. Bathed in the moonlight, they seem like statues, proportioned to no purpose.
"It may well be imperfect" I say "but it leaves traces. And we can follow them, like footsteps in the snow."
"Where do they lead?"
"To oneself" I answer. "That's what the mind is. without the mind, nothing leads anywhere."
I look up. The winter moon is brilliant, over the town, abve the wall.
"Not one thing is your fault" I comfort her.

-Haruki Murakami, Hard Boilde Wonder Land and the End of the World.

Saturday, September 24, 2005

Ayer, hoy, mañana y siempre


Mi perro manchado. Unos nuevos lentes. Una nueva manera de peinarme. El recuerdo del gusto del sexo de esa a quien quise tanto. Cada arruga que imagino extendiéndose por mi cara, como un mapa de las posibilidades que nunca seré, apuntando a lo único que puedo ser: ese que soy. Vivo yo en alguna de estas cosas? Dónde existe mi vida que ha dejado de ser? Acaso junto a lo que seré, pero que -a pesar de lo mucho que mi imaginación pueda viajar hacia ello- no soy?
Ese que se levanta todos los días para ir hacia un trabajo que no quiere, se cierra ante mí como alambre de púas: allí vive la angustia. No por eso es menos cierto que también viva en ese que fui, siempre luchando por manejarme con sus hilos, o en esos lejanos fantasmas magros de lo que seré, todos usando mi misma cara, pretendiendo ser mis amantes... juego con ellos: algunos rezuman miel cuando nos gozamos.
Mi silencio. Mis platos sin lavar. Mi cama sin hacer. La profundiad que abre la soledad de mis pisadas sobre la alfombra de mi casa. El regalo del olvido en una noche de borrachera o en un porro de maría. Eso soy... Nada más que E. sentado escribiendo, sabiendo, sin embargo, que creer que soy únicamente eso sería blasfemar contra la gente que más quiero: esos que me han acompañado durante la vida, en las largas conversaciones, en las camas compartidas, en crear arte, en destruirme, en negarme, en encontrarme. Todos ellos soy. Veo cómo ellos, en cada gesto para fumar un cigarro, en cada pausa reticente sobre una tarde de café platicado, escogen la próxima letra que presionaré en el teclado. Lo veo en la forma de sus labios, en el olor de su pelo; en los hombres, en las muejeres; en sus vidas, en sus muertes; en su ausencia, en su coincidencia. Los veo ser la exclusiva -pero infinita - posibilidad de ser el que soy al hacer lo que hago.
Pausa.

Sí, entonces me resulta inevitable agradecer a ese ser infinito que descubro en mí, extendiéndose por los lugares que ellos han caminado y que yo nunca veré; renaciendo en esos niños, hijos suyos, que yo nunca tendré.
Por eso a veces creo realmente existir. Esperen... He sentido vértigo. Ya saben que me suele suceder.

Sunday, September 18, 2005

Pasión. Adaptación.

Querer algo con pasión. Amar algo con un impulso más fuerte que uno mismo. Es tan raro encontrar a alguien que viva así. Como una orquidia. Tan difícil es que encuentre las condiciones para crecer y desarrollarse plenamente.
Sin embargo, todos vivimos de una manera u otra presos de nuestras pasiones. Y digo presos porque entiendo que esa manera de querer algo, de movernos hacia eso deseado, no en tanto puro deseo, sino como movidos por algo más fuerte, trascendente tal vez, nos ata la mayoría de las veces, cuando debiera volvernos libres. Cualquier pasión no es en el fondo sino una visión que se presenta ante nosotros como una tela que recubre la realidad "trascendente" a que tendemos todos como humanos.
Muchos probablemente habremos experimentado lo que es "amar a alguien" con pasión, a veces para descubrir, más tarde, cuando ya no se está con esa persona, una sensación de haber estado hipnotizado, imantado o atrapado por una algo que luego no resulta aparente. Costumbre o rutina aparte, no es acaso siempre el amar un ver en otro lo que deseamos ser (el complemento, la "media naranja")? El amor tal vez sea, como escribió Nietzsche "la envidia tratando de dar un salto sobre sí misma". No es muchas veces el deseo la voluntad de perpetuación en los hijos?
La idea de escribir esta publicación me vino pensando sobre lo absurdo que encuentro en algunas personas ese enciclopedismo para leer, como si en el fondo lo importante fuera la cantidad de libros que se lee (o se dice haber leído) o los libros que se tiene; si has oído o no a tal o cual disco, más importante que lo que nos significa; si se ha visto o no tantas películas de tal o cual. Es que la pasión nos lleva a desearlo "todo", a ver en el velo la figura del rostro. No quiero decir que no exista en ese deseo desordenado la pasión por la belleza (al menos como inicio), pero adquiere un perfil de fealdad cuando carece de fe.
La verdadera pasión debería poder mutar, orientarse hacia la vida y no encontrarse un día vacía. Nunca dirigida a lo temporal o material. No a los libros, sino a las palabras. No a los discos, sino al sonido. No a las imágenes, sino al silencio.

En un episodio de la Biblia muy conocido, Dios pide a Abraham que le sacrifique a su hijo primogénito. Abraham, compungido y contrariado, accede. No puede entender que el Dios que le había prometido descendencia se lo pida ahora. Al final, Dios no permite que Abraham mate a su hijo: estaba poniéndolo a prueba. Entonces realiza su pacto con él (aunque según algunos exegetas sería más exacta la traducción como "hacer contacto, tener relación con"). Como es sabido, Abraham tiene una "descendencia tan grande como las estrellas" y de él nace el pueblo de Israel. Tal vez lo que esta historia venga a decirnos es que bajo todos los "grandes amores", las "grandes pasiones" existe una corriente subyacente, casi imperceptible, que lo une todo, lo llena de "sentido sin dirección", más importante que la cosa en sí a la que le atribuimos nuestro amor. Cuántos seríamos capaces de ver más allá de nuestra pasión? Habrá algunos que lo prueben día a día, sin ser siquiera conscientes de ellos, conzco varios. No son, en todo caso, mayoría. Cuántos lectores perderían el deseo de vivir si perdieran la vista? Cuántos músicos se suicidarían si se quedaran sordos? Cuántos cieneastas se entregarían a la desesperación si no pudieran contar con su imaginación?
Vivimos de quimeras, de sueños. Y que dulce es vivir de ensoñación. Sé de algunos que han dicho que la vida debe ser muy aburrida de ser vivida felizmente. Sé de algunos que prefieren vivir despiertos. Pero aun los despiertos sueñan por las noches. Que dulce es vivir de ensoñación.

Algunas cosas que por las que el tiger siente hoy pasión :
- Adaptation Una pelícual de Spike Jonze (2002). Aquí podrán encontrar más ideas sobre pasión.


- Hard Boiled Wonder Land & the End of the Wolrd. Un libro de Haruki Murakami. Una aproximación a lo que para mí, hasta hoy, debería hacer la literatura del futuro.



- Bill Evans. Y una versión excelente de "A time for love" a dos pianos.

Thursday, September 15, 2005

The true Tiger Tale



Escucho, en mi habitación del hotel en Río Hondo, una canción de Elvis Costello, ‘Watching the detectives’. Me recuerda el libro de Auster ‘La ciudad de cristal’ donde el personaje principal se convierte en detective. En inglés sería un ‘Private Eye’; hace un juego de palabras con ‘Private I’: Mi yo privado. Pienso en lo que significa tener un ‘yo privado’, ese alguien que nadie más conoce y que apenas se llega a vislumbrar algunas veces en la vida, aunque en el fondo se sienta como la única realidad.

Yo temo ahora que el espejo encierre
El verdadero rostro de mi alma,
Lastimada de sombras y de culpas,
El que Dios ve y acaso los hombres.

Este verso de Borges habla de la dualidad de ser ese yo en el que se cree (el private I), que vive en la mente, adentro, oculto, y ese otro yo que se ve, el de la gente, el que hace cosas, como si el uno o el otro pudieran ser definidos completamente. Pasamos la vida creyendo que en alguno de los dos extremos está la verdad, el yo real. Como lo explica Kierkegaard, unos preferimos adentrarnos en nuestro mundo interior en detrimento del otro yo que el mundo ve, mientras otros olvidan que existe otro debajo de esa piel velluda y sudorosa, trabajando todo el día.
Pienso: I like my ‘Private I’, aunque a veces me invada una sensación de vértigo cuando presiento la distancia entre mi ‘Public’ y ‘Private’ I; en ciertas ocasiones es miedo de que alguien descubra lo que hay bajo la superficie – oscuridad?- , y en otras tantas es pánico por que se pierda para siempre en el pasado, sin haber pronunciado palabra. El verso de Borges habla también de ese temor. Ese rostro del que dice Borges tener miedo de ver en el espejo, existe, aunque sea sólo visto por Dios – pero Dios sólo se alcanza yendo hacia adentro, hasta encarar desnudo al yo - y lo atormenta con las sombras y culpas – la tristeza, la oscuridad y el pasado- que se esconden en él.

Existe alguna forma de acompasar estos dos tiempos de la vida? No es eso de alguna manera la razón misma de toda religión? Es todo ilusión, tanto lo mental como lo sensorial, lo imaginativo como lo material, son puro sueño, soñado por el yo que nos observa desde el otro lado. La vida es sueño, diría Calderón. Es un laberinto. No se toca fondo ni en uno ni en otro extremo, porque siempre hay algo que le precede, una pregunta anterior, una causa prístina que nunca se llega a conocer. Son las manchas del tigre de Borges que contienen a otros tigres, estos a otros, y así hasta el infinito. Buscar eternamente.

Esa es la ‘Historia del Tigre’. Esa es la historia que él, el Tiger, quiere contar. Quiere escribir sobre su búsqueda en el hotel, en su habitación y en el rostro de las meseras que atienden en el restaurante. Pero nada de eso existe. Es él quien lo tiene que hacer existir. Por eso, quiere encontrar la ‘escritura del tigre’, de la que dice Borges expresa la palabra divina que contiene ‘la infinita concatenación de los hechos’ y ‘la plenitud’.
Si el Tiger, sentado en esa habitación, en un momento de introspección pudiera contar la historia de lo que siente al presionar las teclas de su computadora, al pasar su mano sobre sus pies enfriados por el aire acondicionado o al oler sus manos impregnadas de cloro de piscina, se encontraría de pronto consigo mismo, en una epifanía, frente a Dios; encontraría la verdadera “Tigre Tale”; lo divino y lo humano se unirían... pero nada cambia, siente su cuerpo sentado sobre la cama de esa habitación de hotel que hoy existe y que mañana, cuando él ya no esté allí, desaparecerá, deglutida por el pasado.
Ahora se rehúsa a pensar en abstractos. No quiere pensar más en el pasado, ni en ‘Dios’, ni en el ‘Yo’. “Esas palabras confunden” piensa. Está convencido de que quien lea lo que ha escrito, pasará encima de las letras sin apenas haber sido tocado por ellas. Sueña – el Tiger se da cuenta de ello cuando relee lo que ha escrito – con existir en cada muro, árbol, mesa y silla de ese hotel en Río Hondo, que arañan su carne.

Sunday, September 04, 2005

El tiempo verdadero (Parte III y final)

Eduardo trajo de la nevera una lata de Coca Cola para Victor, que luego sirvió en un vaso plástico. Escanció ron en su vaso hasta casi la mitad. Se sentaron en la sala-comedor, frente a frente, en una mesita redonda. Ninguno de los dos se atrevía a hablar, así que bebieron lentamente, con suaves sorbos. Ni Eduardo ni Victor sabían como volver a un mundo al que creían ya no pertenecer, disuadidos por la rutina de sus días.
- Victor, creí que estabas muerto – dijo Eduardo intempestivamente, convencido de que Victor le agradecería el no andarse con rodeos.
- Eso es lo que pensó todo el mundo aquí en Guatemala cuando me fui.
- Yo me enteré que te habían desaparecido junto con ‘el Flaco’ Lobos.
- Pues sí, nos desaparecieron a los dos. Nos agarraron juntos cuando veníamos saliendo del billar ***, te acordás que a veces jugábamos allí al salir de clases? – levantó la mirada hacia el techo, buscando algo perdido.
- Seguro que me acuerdo. Vos me enseñaste a jugar allí.
- Es cierto... sólo malas mañas aprendiste de mí – acarició su rucio bigote al tiempo que se desvanecía la sonrisa de su boca. – Nos agarraron por la esplada, nos pusieron unas bolsas de tela en la cabeza y nos metieron a un carro. No tuvimos tiempo ni de gritar. Adentro nos empezaron a dar de trompadas. No sé cuanto tiempo nos tuvieron así, porque a mí me dejaron inconsciente de un culatazo. Cuando desperté estaba en un cuarto, con las manos amarradas y la misma bolsa en la cabeza. Traté de buscar al Flaco llamándolo muy bajito, pero no me contestó. Estuve así quién sabe cuanto tiempo, sin que nadie viniera a hablarme ni nada. Como no se escuchaban ruidos, pensé que me habían dejado abandonado y entonces empecé a desear que apareciera alguien. No grité porque tenía miedo de que no se hubieran ido todavía, y que sólo me hubieran dejado ahí porque pensaban que estaba muerto. Pero justo cuando me estaba convenciendo de que estaba solo, aparecieron de nuevo: un tipo con acento de oriente y otro que casi nunca hablaba (era el jefe y hablaba lo mínimo necesario para hacer cumplir sus órdenes). De allí en adelante empezaron a torturarme para que les diera nombres. Sistemáticamente me torturaron cada dos horas, de todas las formas que te podás imaginar. No me dejaron dormir ni una sola vez durante todo el tiempo que estuve allí. No me daban de comer y ni siquiera me dejaban ir al baño. Llegó un momento en el que lo único que quería era morirme – con los ojos clavados en el suelo y una mano que sostenía su mentón, tapando con los dedos el bigote, hizo una larga pausa. – Vos me entendés. Estas cosas no las he contado más que un par de veces en mi vida. No tiene caso que alguien más lo sepa. Disculpáme si me cuesta contarlo – tomó un sorbo de Coca-Cola y agregó, erguiéndose en la silla – Tal véz se casnaron de estar así sin que yo les dijera nada, porque un día (no estoy seguro cuanto tiempo me tuvieron así, perdí la noción del tiempo, aunque yo creo que fueron alrededor de cuatro días) agarraron y me metieron en una furgoneta junto a otro ‘detenido’ (sólo más tarde me enteré que era el Flaco). Nos sacaron a una carretra y nos dijeron que como no queríamos hablar, nos iban a ‘destilar’ las palabras. Nos amarraron de los pies y nos colgaron de un puente, ya con las caras destapadas. Era de noche y yo apenas podía distinguir sombras por el tiempo que tenía de estar en tinieblas, pero pude distinguir al Flaco colgado a mi lado. Le dije algo para tranquilizarlo. El me respondió que se alegraba de verme vivo. Estuvimos así un rato, sin decir nada, esperando que nos mataran. Entonces el jefe se dirigió a mí: “Comandante Tito. Comandan-tito debería decir. Así colgado, ni nadie es comandante, ni nadie es nada. Ya sólo es alguien que debería haber hablado”. Y le cortaron la cuerda al Flaco. Tuve que cerrar los ojos. No pude soportar ver su silueta cayendo, pero tengo fija aquí en la cabeza esa última imagen : quedó suspendido para siempre en una sombra que, cuando la recuerdo, la siento como un dolor en la mandíbula, por apretar tanto los dientes, angustiado por que nadie lo haya visto... ni siquiera gritó – dejó salir un suspiro. – Lo cierto es que después se fueron y me dejaron allí colgado. No sé por qué. A la mañana siguiente una niña que pasaba por allí me vió colgado, avisó a sus papás y llamaron a los bomberos. Al otro día me fui a Buenos Aires. Y allí he estado desde entonces. Me casé, tengo tres hijos, y ahora que me retiré vine aquí de vacaciones. No me había atrevido a venir antes.
- A mi me llevó más de catorce años poder regresar.
- Vos también te fuiste?
- Sí, a mí también me agarraron. Estuve diecisiete días detenido en una estación del centro. Me iban a matar seguro, sólo que no sabía cuando. Mataban a uno diario, por sorteo – bebió el último trago que quedaba en su vaso. – Pero tuve la suerte que una noche se quedaran sin luz. El tipo que me cuidaba se quedó dormido, le quité las llaves sin que se diera cuenta y me escapé. A la mañana siguiente agarré un avión para México.

**
Yo lo escuchaba hablar, y me prguntába si lo que realmente quería, en el fondo, era que yo me sintiera conmovido por lo que me contaba. No lo veía a la cara. Sólo veía su taza de café. Y no es que no me importara. Pero es que sabía que me lo contaba con la intención de que le agradeciera algo que no sé qué es. Tomé un trago de mi café, evitando ceder a su petición.
- Y qué? Quedaron de verse otro día? – pregunté con forzado interés.
- No. Se regresó a Argentina el lunes.
- Ah. Lástima.
Me daba cuenta que él notaba mi indiferencia. No pude evitarlo. Su historia me parecía fatua; siendo él lo que era, la había convertido en un esfuerzo vano, un sacrificio sin ninguna recompensa. Tal vez era demasiado duro con él, aunque, aun si me hubiera conmovido su historia (conocía cientos parecidas, que había oído contar a sus amigos, en otros tiempos en lo que los temas políticos me embelesaban), no tenía ganas de hablar de izquierdas. Acaso no había otra cosa de qué hablar? Al menos con él, no.
- Y tu mamá, está bien?
- Sí. Bien. – me miró esperando que dijera algo más, así que tuve que agregar - está en Retalhuleu, regresa este fin de semana.
Por qué preguntaba siempre lo mismo? Hacía alguna diferencia el que ella estuviera bien o que se hubiera contagiado de dengue estando allá en el monte? Lo hacía porque no tenía nada más que decir. No teníamos nada de qué hablar. Pensé que, para mí, hubiese sido lo mismo que lo mataran aquél día en la estación de policía, o que hubiese escapado. Porque ni antes ni después de ese día tuve padre. Mientras estuvimos aquí en Guatemala, casi nunca lo veía. Después, cuando nos fuimos con mi madre detrás de él a México, lo veía todos los días en la casa, pero era como un extraño para mí, siempre merodendo por la cocina o la sala, siempre de mal humor. Un año después se divorció de mi madre, y yo regresé con ella a Guatemala.
Una parte de mí, sin embargo, - me dolía reconocerlo- estaba inextricablemente ligada a él. Pero no al tipo de anteojos, con la barba mal recortada y un turgente estómago, sentado frente a mí, sino a uno que se mantenía en silencio (probablemente porque ya había muerto), y que creía inexorablemente en la realidad de un esfuerzo vano.

Friday, August 05, 2005

El tiempo verdadero (Parte II)

Al otro día, las niñas despertaron temprano. Sin haberse duchado, Eduardo las llevó al mar, dejando a María durmiendo en la habitación.
Sentado en la arena, observaba a Vicky y a Manuela jugar a escapar de la resaca. Extrañaba ver a sus hijas jugar así. Pensó en la última vez que había tomado vacaciones; no pudo siquiera recordar la última vez que había estado en el puerto de San José. Lo único que vino a su memoria fueron imagnes inconexas, todas con esa arena como un bajo de fondo: su padre, su madre, sus hermanos, los amigos de la escuela, una guitarra y la trova de protesta. Hizo un agujero en la tierra, colocó los pies dentro y los cubrió con arena negra.
- Vicky, no te vayas a ir más adentro – le gritó cuando vió a la niña adentrarse en el mar, hasta donde el agua le llegaba casi a la cintura, siguiendo a dos niños mayores que ella, que jugaban a lanzar el freezbee para luego ir por él a nado. Notó, un poco más al fondo, a un hombre canado, con los hombros apenas fuera del agua, que parecía mirarlo con demasiado detenimiento. Después de observarlo por algún rato, su cara le resultó familiar. Se convenció de que lo conocía, pero no supo decir quién o de dónde era.
- Qué pensativo amaneciste hoy – dijo María, saludando con un beso en la boca.
- Es que me pareció ver a alguien conocido.
- Quién?
- No sé, un tipo que está allá en el mar.
- Dónde? Ese de hasta allá?
- Sí, pero no puedo recordar quién es.
- Si está lejísimos! No se distingue nada, cómo lo vas a reconocer?
- Bueno, no importa... tengo hambre. Vamos a desayunar?
- Por favor, que yo también me levanté con mucha hambre!

**

Desayunaron en el restaurante del hotel. Con el estómago aun pesado, se dirigieron a la piscina, donde Eduardo releió, recostado en una tumbona, su libro preferido de Darío.

Amor, en fin, que todo diga y cante,
amor que encante y deje sorprendida

Las niñas jugaban incansablemente en el agua, mientras María leía un texto de economía.

a la serpiente de ojos de diamante
que está enroscada al árbol de la vida

Hacía ya más de veinte añós? También la poesía envejecía. Ahora le resultaba un poco ridícula, como si los sentimientos a los que estaba unida fueran parte de un tiempo lleno de vanas ilusiones, de las cuales los años le habían enseñado a renegar. Pero, en ese día de sol sudoroso y salado, quería permitirse recordar.
Para el almuerzo, las niñas no quisieron salir de la piscina, así que su madre les llevó unos hot-dogs que comieron en la orilla, con el agua hasta el pecho. Eduardo no estuvo de acuerdo, pero prefirió quedarse callado, para evitar discutir. El pidió un seviche y una cerveza. Después, se quedó dormido.
Despertó sudando a chorros. Sin pensarlo, se zambulló de clavado en el agua. Ya refrescado, tuvo ganas de nadar un poco. En la primera pasada, antes de que pudiera alcanzar la otra orilla, se topó de frente con un cuerpo. Exaltado, sacó la cabeza del agua. Reconoció ante él al tipo canado – ahora veía que usaba un bigote, también canado – que había visto antes en la playa.
- Guayo! Pensé que eras vos, pero no me lo creía... no sabía que... nunca me lo hubiera imaginado – dijo el hombre, visiblemente emocionado. Bajando el tono de su voz, agregó – No me reconocés, verdad Guayito? Quedáte viendo. Imagináme sin bigote y, ni modo, sin las canas.
Poco a poco, la impromta de su cara dejó de ser sensible en la mente de Eduardo, transfomándose en una diminuta sensación que llegó casi a desaparecer, pero que luego creció, primero lenta y después vertiginosamente, hasta convertirse en un nombre:
- Victor! No puede ser... pero si yo pensé que... Victor, te juro que yo pensaba que....
- Sí, yo también – asintió Victor firmemente. - Pero ya ves que no.
Se abrazron con fuerza y permanecieron así un largo rato. Aunque ninguno de los dos lo notara, varias lágrimas asomaron a sus ojos.
- Tenemos mucho qué contarnos – dijo Eduardo cuando tuvo acopio de fuerzas suficientes para hablar. – No sé ni por donde empezar. Por qué no te venís a mi cuarto, te invito a un roncito y empezamos desde el principio?
- Te acepto la invitación, sólo que en lugar del ron, mejor una Coca – levantó su mano a la altura del pecho, cerrándola en puño y abriéndola varias veces. – Artritis – explicó sonriente, arqueando las cejas .

Saturday, July 23, 2005

El tiempo verdadero (Parte I)

Después de una semana en Zacapa, sin nadie con quien hablar, las palabras parecen recobrar el ritmo en mí. Quizá sería más exacto decir que soy yo quien recupera el ritmo. Cuantas cosas qué decir, cuando afuera no parece suceder nada.
Aquí les doy un cuentecito (en tres partes para que no se les haga tan pesado).


EL TIEMPO VERDADERO

Después de apagar el carro, al tratar de bajar la ventana, se quedó con la manecilla en la mano que, reseca, había cedido después de catorce años de uso. El calor de mediodía era asfixiante. Lentamente, y con mucha dificultad, hizo girar entre sus dedos la rueda de metal oxidado, hasta dejar apenas suficiente espacio para que entrara un poco de aire. Encendió el radio para pasar el tiempo. Había llegado por las niñas media hora antes de la salida. Dos señoras – seguramente esperando también a sus hijas – que platicaban junto a la puerta del colegio aun cerrada, lanzaban miradas furtivas a sus carros, para asegurarse que nadie intentaba robarlos. Al otro lado de la calle, sentado sobre el borde de una grada que daba a una cantinta, un indigente alcohólico pedía fuego a los viandantes ,para encender una colilla que habría encontrado tirada en la acera. Cambió de emisora girando el diál, hasta detenerse, más por instínto que por decisión, en esa canción que en otra época había escuchado, por donde quiera que iba, casi hasta el cansancio: “Que triste, se oye la lluvia, en las casas de cartón”. Giró nuevamente la perilla hasta sintonizar un noticiero. Luego, apagó el radio. Con un pañuelo que sacó del bolsillo de su pantalón, secó el sudor acumulado en los bordes de su naríz, bajo los soportes de sus lentes, lo guardó y recostó la cabeza sobre el asiento, dejando descansar sus ojos cerrados.
Lo despertaron unos golpecitos en la ventana del copiloto. Con caras apremiantes, Manuela y Viki, cargadas con sus mochilas, le pedían que abriera la puerta.
- Papi, estabas bien dormido – dijo Viki burlonamente.
- No, sólo tenía los ojos cerrados.
- Estuvimos ahí un gran rato tocándote la ventana.
- Bueno, pero no me van a saludar?
Ya dentro del carro, saltando desde el asiento trasero, las dos lo abrazaron por la espalda, apretando su cara contra las suyas y revolviéndole el pelo retozonamente, mientras repetían, imitándo voces en distintos tonos, entre besos intermitentes: “Hola.. mua...hola...mua... hola...mua... hola....mua...”
- Vámos ya, porque todavía tenemos que preparar maletas y su mamá nos está esperando – dijo Eduardo luchando por articular palabras, con los labios estrujados bajo las manos de las niñas ,que contorsionaban su cara como si fuera un trozo de plasticina.
Tuvo que frenar bruscamente cuando, al intentar salir del lugar donde estaba estacionado, una camioneta que venía por la calle a toda velocidad estuvo a centímetros de chocarlo.
- Niñas! Siéntense bien y abróchense los cinturones! – gritó irritado.
Manuela y Viki hicieron lo que les decía. Intercambiaron una mirada de interrogación y se encogieron de hombros.

**

Desde que salieron de casa, con el maletero del carro repleto de mochilas, bolsas y hieleras, se encontraron con largas líneas de carros, casi detenidos, que luchaban a fuerza de bocinazos por salir del tráfico. Se enfilaron por la novena calle, intentándo alcanzar el perfiérico. A la altura de la tercera avenida, tuvieron que detenerse por casi media hora, mientras cruzaba la procesión de San José. El sol seguía quemando, pegándose su calor a la piel en capas yuxtapuestas de smog y humedad. A lo largo de la avenida caminaban vendedores que ofrecían algodnes o juguetes colgados de altas astas, y fieles que se adelantaban a la procesión buscando un buen lugar para verla pasar. A lo lejos se alcanzaba a ver las puntiagudas protuberancias purpúreas de los cucuruchos, que cruzaban por entre una miríada de cabezas, como alteas de tiburones en el mar. Las niñas estuvieron al principio muy curiosas con el tumúlto de gente, pero luego se quejaron, pues tenían hambre. María, la esposa de Eduardo, también se quejó, porque decía que “con la cantidad de carros que hay en Guatemala, ya no deberían hacer las procesiones en la ciudad, a cualquier hora, como si nada”.
- Como si fuera la primera vez que nos toca esto – replicó Eduardo – a estas alturas ya deberías de estar acostumbrada a la Semana Santa de Guatemala.
**

De salida hacia el Pacíficio, se detuvieron en un Mcdonalds. Comieron en el camino. Cuando terminaron, María y las niñas se quedaron dormidas.
A la orilla de la carretera, a cada cierta distancia, se encontraba apostadas, junto a carpas empapeladas con carteles publicitarios, chicas con minifaldas de spandex azul o rojo, que ofrecían cerveza y sodas, bailando a ritmo de merengue.
Sobre el vidrio delantero, una gota caída del cielo fue dejando tras de sí una delgada veta diáfana, arrastrándo con dificultad el polvo adherido. Eduardo la siguió con la vista, hasta verla detenerse a la altura de sus ojos, incapaz de continuar. “Se secará si otra gota no la empuja” pensó. Recordó las horas que pasó de niño observando, cuando llovía, las gotas chocar contra un enorme ventanal que daba al jardín de su casa: cómo una tras otra iban dibujando caminos que luego otras seguían; cuando una se detenía, siempre había otra que, viniendo tras ella, como si la única razón de su existencia fuese el encontrar a la anterior, la empujaba por un nuevo camino, hasta que caían unidas, mimetizadas en un charquito, sobre el alféizar.
Los rayos del sol, que aun iluminaban un cielo celeste apenas enturbiado por algunas nubes, brillaban tan fuertemente que, a veces, al herir con el relfejo los ojos de Eduardo, le hacían casi imposible ver la carretera. Después de una curva pronunciada, tras un montaña, apareció un arcoiris; desapareció y reapareció varias veces escondido por la vegetación que cubría los valles; acompañó a Eduardo por la carretera, remontando el camino de sus pensamientos, a través de esa tierra guatemalteca que, a pesar de que le era propia, al ser dibujada en su mente por tantos sentimientos abstractos, viéndola en la realidad, le parecía totalmente ajena. Era extraño que en aquél paisaje, lo único que reconociera como guatemalteco, era María y sus hijas, aunque fuesen mexicanas.

**

Al llegar al hotel, el cielo se había ennegrecido. La lluvia caía copiosamente, como si de pronto se hubiera roto en el cielo una enorme pecera. Eduardo, bajo la lluvia, tuvo que sacar el equipaje del carro. A la distancia se veían relámpagos que parecían dibujar el plexo de la oscuridad, seguidos por un rugido sordo y lejano de truenos. Llovía aquí, junto al Pacífico, de otra manera, más densa, más amenazadora, pensó. María y las niñas corrieron a refugiarse en el lobby del hotel. Sólo después de haber vaciado el maletero, apareció un botones (aunque, a decir verdad, vestido con pantalones cortos, una camiseta y sandalias, no aprentaba ser un verdadero botones) con una sombrilla.
Chorreando como estaba, Eduardo se registró en el mostrador. Les asignaron un bungalow al otro lado de la recepción, frente a la piscina. El botones cargó su equipaje y los condujo hasta él; tuvo que conformarse con la negativa de Eduardo a darle propina.

Friday, July 15, 2005

Vino y Woolf

Escribir con una par de copas de más encima, es la verdadera prerrogativa que te regala un blog. Personal como un diario. Con la premura de hacerte público, aunque sea sólo en el pensamiento.
Hoy me siento... cómo decirlo... plácido. Qué placer hay en una botella de vino y un libro de Virginia Wolf! Cosas que todo el mundo hace, nada excluyente. Cosas que son posibles para todos, pero que hoy para mí, al volverse personales y exclusivas, son un placer inefable. Cosas que son del momento, y que por ser de él, dan nacimiento a la necesidad de perpetuarlas. Pienso: no sería acaso yo más que Virgina si fuera capaz de revelar las corrientes que convergen en estos instantes de vino y letras? Algo cercano a Dios sería yo si pudiera darles vida (no es esa la intención de toda literatura, crear, como El, la realidad?). Por momentos, me siento tan embelesado, que a falta de una mejor explicación, atribuyo el sentirme así a un cierto narcisismo, como una pretensión venida de un sentido estético demasiado influido por la percepción occidental. Simple sibaritismo.
Pero, sobre ese momento, pienso. Luego se hace real el ‘cogito ergo sum’. No puedo ser únicamente el placer exclusivo. No quiero. Cuando más alejado me siento de lo mundanamente asfixiante, más presiento una necesidad de volver a mí. Pienso, exaltado por el alcohol, y me siento ‘trascender’.
Pienso en alcanzar ese tiempo en el que Woolf descubría una realidad inexpresada hasta entonces: la de cada momento y vivencia cotidiana que se acompaña de pensamientos que regalan a ese vivir una particularidad y esponteneidad personales, tal y como se siente el existir. Y entonces pienso en Proust, viviendo en la misma época, transformando cada instánte de su vida en algo patente, a través de la literatura, igual que ella, pero desde un ángulo distinto, quizá hasta opuesto, el de los sentimientos. Eran los dos parte de una época donde nuestra realidad personal, subjetiva, era una explanada inexplorada, tal véz enunciada como existente, pero nunca descrita con puntos y comas y a,b,c’s.
Cómo me siento existir realmente, como si sus palabras fueran una luz que mostrara el fondo de mi ser, de lo que ‘realmente’ creo ser. Todo lo demás, lo que sale afuera, es oscuridad, o como diría Woolf, a lo sumo, una pequeña parte de mí que sale a la superficie.
Entonces, pienso. Y me veo frente a una botella de vino – un casillero del diablo horrible, de lo peor, por cierto - en un tiempo en el que aunque fuera ellos, sería otro (aunque yo pudiera escribir). Es mi tiempo uno en el que se escriben blogs. Los libros epistológicos han quedado atrás, sin que nadie los extrañe. Sigo bebiendo. Publico. Intento pensar.

Sunday, July 10, 2005

Los signos de un mejor mañana

De qué me sirven tantos buenos signos?
El ave muerta y mano ennegrecida?
El doguillo, joyel incomparable
que la luz de la lámpara me envía?

Apartado de todo humano goce,
mi sola compañera es mi desdicha.
Por qué no está ya el templo en la ribera?
Por qué no enlaza el puente ambas orillas?

Goethe

Saturday, July 09, 2005

Meditar? III: Yo (el Tiger)

Hoy no hay por qué explicar. Me siento cansado. Cansado de creer que no soy yo el que despierta cada día.

DE LOS SUEñOS QUE SE QUEDAN DORMIDOS

Todos los días me despiertan mordiscos de asfalto
bajo un camisón que esconde piernecitas de hormigón.
Yo y mis alpargatas y una voz diminuta
seguimos durmiendo aunque lo demás se vaya a trabajar.

¿Quién es ése con los labios de humo?
¿Por qué ha guardado su conciencia en una cajetilla de cigarros?
Soy un cigarro a medio fumar.
Las piernas no quieren aprender a hablar.

¿Qué tierra es ésta donde he despertado?
¿Por qué quema tanto su polvo pegado en los labios?
“Despertáme cuando las crisálidas no caigan al suelo,
tostado su cascarón, reseco por no haber sido.”

Las calles están empedradas con quemaduras
donde han ído a dormir las últimas formas:
han dejado atrás a los caracoles sin tiempo,
y en su lugar han venido las fábricas
con cerebro.

“Tocá diez horas de una melodía mentirosa
de donde salga la espera de la selva primera”.
le digo todas las noches sin recibir respuesta;
ninguna de las olas que caen del cielo
roza el cuerpo del que está hambriento.

Al amanecer me despierta un olor de palabras:
“Tomá de un vals los pasos quebrados,
para que aprendan a bailar sin ritmos ajenos
las febriles tareas del que desespera”

Se peina despacio el humo asueñado.
Se ajusta la corbata el hormigón agrietado.
Todos caminan de mañana con el sol bajo el brazo,
y Yo, me he quedado dormido en la cama.

Monday, July 04, 2005

Meditar? II

Traiendo la poesía hasta el otro extremo de la historia, a tiempos contemporáneos, se ve que habla casi en los mismos téreminos acerca de esa búsqueda interminable del que escribe.
Por ser tan palmaria esa búsqueda en su poesía, García Lorca es mi preferido. Su manera de recrear el mundo desde el interior, no interiorizando lo que ve, sino haciendo depender de él a todo lo que lo rodea, como sujeto que hace posible su única realidad, me renueva la esperanza de encontrarme algún día conmigo mismo.
Qué descubrimiento es ver Nueva York arrellanado en el yo de Federico. Qué triste y duro es ser “yo”: éste es el camino que se descubre en el siguiente poema sacado de Poeta en Nueva York.

Federico García Lorca
Poema Doble del Lago Edén

Era mi voz antigua
ignorante de los jugos amargos.
La adivino lamiendo mis pies
bajo los frágiles helechos mojados.

Ay voz antigua de mi amor!
Ay voz de mi verdad!
Ay voz de mi abierto costado,
cuando todas las rosas manaban de mi lengua
y el césped no conocía la impasible dentadura del caballo!

Estas aquí bebiendo mi sangre,
bebiendo mi humor de niño pasado,
mientras mis ojos se queman en el viento
con el aluminio y las voces de los borrachos.

Dejarme pasar la puerta
donde Eva come hormigas
y Adán fecuanda peces deslumbrados.
Dejarme pasar, hombrecillos de los cuernos,
al bosque de los desperezos
y alegrísimos saltos.

Yo sé el uso más secreto
que tiene un viejo alfiler oxidado
y sé del horror de unos ojos despiertos
sobre la superficie concreta del plato.

Pero no quiero mundo ni sueño, voz divina,
quiero mi libertad, mi amor humano
en el rincón más oscuro de la brisa que nadie quiera.
Mi amor humano!

Esos perros marinos se persiguen
y el viento acecha troncos descuidados.
Oh voz antigua, quema con tu lengua
esta voz de hojalata y de talco!

Quiero llorar porque me da la gana,
como lloran los niños del último banco,
porque no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que ronda las cosas del otro lado.

Quiero llorar diciendo mi nombre,
rosa, niño y abeto a la orilla de este lago,
para decir mi verdad de hombre de sangre
mantando en mí la burla y la sugestión del vocablo.

No, no. Yo no pregunto, yo deseo.
Voz mía libertada que me lames las manos.
En el laberinto de biombos es mi desnudo el que recibe
la luna de castigo y el reloj encenizado.

Así hablaba yo.
Así hablaba yo cuando Saturno detuvo los trenes
y la bruma y el Sueño y la Muerte me estaban buscando.
me estaban buscando
allí donde mugen las vacas que tienen patitas de pajes
y allí donde flota mi cuerpo entre los equilibrios contrarios.

Que no hay jachis

Ay tiriti tiriti trau
Y yo me meto en la cama y asi los nervios se calman,

Igual que un viejo vicio, te dejo atras.
Y ahora quien sera mi amigo? quien sera mi amante?
Y de nuevo yo. Siempre yo.

Y yo pensando en el chocolate, de rechupete.

Friday, July 01, 2005

Meditar?

Aunque la poesia es un medio de expresion que cada vez esta mas relegado a las aulas, tornandose cada vez mas ajeno a lo cotidiano y, por tanto, al arte contemporaneo, su validez como reflejo del sentimiento humano sigue siendo inigualable. Estamos cada vez menos acostumbrados al esfuerzo que requiere el abstraer ideas-sentimientos de las palabras, nosotros los disciupulos del cine MTV-sado. Probablemente la mayoria de mis lectores - mmm... eso suena a columnista famoso, no? pero eso de la mayoria se lee entre lineas asi: dos de los tres lectores - dejaran de leer esta publicacion ante el menor indicio de 'poesia'. No me queda mas que hacer el intento, esperando que alguno se tome unos minutos para entender la poesia como una meditacion: abstraerse, releer y cavilar sobre los signos entre letras. Con esa intencion en mente, quiero compartir algo de mi poesia preferida.
El primer extracto no es, en regla, poesia. Pero se adecua precisamente al concepto que queria transmitir, a saber, entender la poesia como forma de meditacion. Es poesia en su forma mas pristina y pura.

PS Me excuso por las tildes... no encuentro como ponerlas en la Mac.

Del Brihadaranyaka Upanishad
Primer Adhaya: Cuarto Brahmana

En el principio solo existia el Ser, en la forma de una persona.
Aquella miro a su alrededor, y no vio nada excepto su propio Ser.
Lo primero que dijo fue: "Yo soy"; asi fue como pronunciando su nombre, se
conviritio en yo. [...]

Tuvo miedo; por consiguiente todo aquel que esta solo tiene miedo.
Mas penso: "Si no hay nadie mas que yo mismo, por que tengo miedo?
En verdad el miedo no dura mas que un segundo. [...]

En el principio solo existia el Ser, unico. Aquel tuvo un deseo:
"Quiero una esposa para que me de descendencia y riqueza para poder ofrecer
en sacrificios".
En verdad esto es un deseo completo, pues incluso si hubiera deseado mas,
no lo hubiera encontrado.
Por consiguiente una persona sola tiene este deseo: "Quiero una esposa para
que me de descendencia y riqueza para poder ofrecer en sacrificios".
Y si no obtiene ninguna de estas cosas, cree que es incompleto.
Este es su estado completo: la mente es su ser - el marido -, el habla es
esposa, el aliento su hijo, el ojo toda la riqueza mundana, pues el la
encuentra con el ojo, y el oido su riqueza divina, pues el la oye con
el oido.
El cuerpo - atman - es su obra, pues con el cuerpo ejecuta sus acciones.
Este es el quintuple sacrificio, pues quintuple es el animal, quintuple el
hombre y todas las cosas.
Quien esto conoce obtiene todo lo demas.

Wednesday, June 15, 2005

Rescoldo

La calle estaba inusualmente desierta. Al abrir la puerta encontré el pasillo en completa oscuridad. Inútilmente oprimí el interruptor varias veces. Se habría quemado la bombilla. Busqué a mi alrededor. No había nadie con quien quejarse. Caminé con una mano levantada frente a la cara, para protegerme de alguna pared que no hubiera visto, hasta que mis ojos finalmente se acostumbraron a la penumbra y pude encontrar la baranda. Subí las escaleras con paso cansino por el trabajo del día. Al llegar a la puerta de mi apartamento me detuve para buscar las llaves en el bolsillo de mi pantalón de gabardina kaki. Rutilaron débilmente cuando las levanté en el aire tratando de distinguir la llave de la puerta. El reverbero del metal insinuó un recuerdo en mi memoria. Cerré los ojos intentando definirlo. No pude asir nada concreto. Suspiré antes de decidirme por olvidarlo y abrí la puerta.

Tá... ta-ta-ta-tá-ra-ta, Tá....ta-ta-ta-tá-ra-ta. Esa melodía me llenó de tranquilidad. La silueta de Rocío ensimismada frente a la computadora, dibujada por la tenue luz de la lámpara de escritorio frente a ella me resultó casi sublime. Yo sabía que me había escuchado entrar, pero no se movió para hacérmelo notar. Me acerqué por la espalda y la besé en la coronilla. Ella apenas volteó y me sonrió. Continuó con lo que hacía y masculló, como si tuviera miedo de que al hablar demasiado fuerte las palabras fueran a confundirse con sus ideas: -Hola, estoy... sólo un minuto... estoy en medio de esto...
Tá... ta-ta-ta-tá-ra-ta. Fui hasta la refri y destapé una cerveza. A pesar del cansancio, me sentía casi animado. –Podríamos ir al cine. Todavía es temprano, a menos que tengas mucho que hacer – grité desde la cocina. – OK. Me vendría bien salir. Me han dicho de una buena peli que pasan, 25th hour, creo que se llama. Espera, ya termino – respondió.
Terminé mi cerveza y después de buscar los horarios en el Internet, tomamos el metro hasta la parada del parque de la Ciutadella.

Al salir del cine, en la calle, la gente paseaba bajo la luz de las farolas. Caminamos sin hablar. Apoyados sobre la balaustrada nos detuvimos a observar a un grupo que, en la playa, sentado sobre la arena, cantaba acompañado por una guitarra. Cuatro botellas de vino vacías tiradas alrededor acusaban su excesivo ánimo. Se respiraba en el aire la exaltada bienvenida del verano.
Bajamos unas escaleras, nos descalzamos y mojamos nuestros pies en la tibia resaca. Tuve ganas de nadar un rato, así que me desnudé hasta quedar en calzoncillos y le pedía a Rocío que cuidara de mis cosas. Ella se sentó sobre mi camisa con los brazos rodeando sus rodillas. Desde la distancia la vi sonreír al verme jugar con las olas; yo saltaba sobre ellas, luego nadaba bajo su reventazón o simplemente me dejaba dar un revolcón cuando alguna me tumbaba por la espalda. Jugaba con la delectación de Rocío al verme como a un niño mostrando a su madre las piruetas que podía hacer; sabía que al verme jugar me quería más.
Salí del agua un poco enfriado. Me senté a su lado a secarme con el viento, mientras ella encendía un cigarro.
– Deberíamos venir una de estas noches aquí con una botella de vino – dijo, apartando su mirada del grupo, que ya no reía con tanto alboroto – Esta semana estuve demasiado ocupada, pero ahora que termine con lo del diseño del bar, tendré más tiempo.
Pensé en la última semana. Nos vi pasearnos por la sala sin decirnos una palabra. La vi sentada frente a la computadora. Me vi tomar una cerveza solo en una terraza después del trabajo. Quise decirle que las cosas no estaban bien, pero quién podría decirlo mientras existieran más tardes como esta, con playa y vino... y con esa calma...
- Eso estaría bien. Vino y playa. Suena muy bien. – sentí sinceramente lo que decía. – Hoy podríamos alquilar algunas pelis y comprar una botella de vino y pasar el fin de semana en la cama. Ver a Edward Norton me ha dejado con ganas de ver buen cine. ¿Te gustó la película?
- Me encantó; me fascina esa idea de mostrarte lo contingente... como si existiera, sólo para decirte al final que no.
- Para mí, eso es la belleza: pretender que lo etéreo pude ser material, hacer algo real del absoluto. Pero allí es donde está la complejidad de crear algo bello, porque no puedes dejarte llevar por abstracciones o por sentimentalismos... tienes que estar anclado a este mundo para hacer que surja esa realidad aparente, o mejor dicho, hacer aparente la irrealidad.
Rocío se quedó pensativa por un momento, dialogando con su cigarro. Luego me preguntó con una mirada confusa – Oye... ¿nunca has pensado en escribir? Creo que deberías hacerlo.
- Tal vez. Siempre he querido – Me puse de pié para ponerme los jeans. – Algún día, tal vez cuando tenga cincuenta años; cuando las cosas no sean tan confusas, cuando tenga calma... mientras tanto – dije con una sonrisa maliciosa, tirándome de bruces sobre ella – tengo cosas más urgentes que atender – puse su mano sobre mi miembro, que se había puesto duro probablemente por el roce del pantalón o por saber que ella pensaba que yo podría ser escritor. Soltó una carcajada y acariciándomela por encima del tela me dijo – Uhhuu.... parece que esto no puede esperar. Venga, vamos a casa que tengo el remedio – De un empujón me quitó de encima de ella y recogió sus cosas.

Cuando íbamos de camino empezamos a tener hambre. Compramos unas hamburguesas para llevar y nos detuvimos en el video por algunas pelis; escogimos Deep Blue, que ella ya había visto pero yo no, Amores Perros, que yo ya había visto pero ella no, y Adaptation, que ninguno de los dos había visto. En la tienda paki frente a la casa, compramos una botella de un Merlot que resultó malísimo, cosa que no nos extrañó, pues había costado tres euros. De todas formas, para cuando terminamos de comer, la habíamos vaciado casi completa, sin darnos cuenta, hablando de cosas dispersas: de las peleas que teníamos con nuestros hermanos cuando niños, de nuestros perros o de los conciertos a que habíamos ido. Bajé a comprar otra botella. Cuando regresé, sonaba en el estéreo un disco de Phish. Roció fumaba un cigarro acostada en el sofá. Me recosté junto a ella. Casi no dijimos nada, ni nos movimos - excepto Rocío para poner otro disco de Phish- por un par de horas.
- ¿Sabes que hacía mucho que no estaba con alguien que pudiera escuchar Phish tanto tiempo sin desesperarse? – dijo Rocío.
- A mí me parece que esas cosas que son tontas para la mayoría de la gente, para personas como nosotras son vitales para poder estar con alguien. Igual, – dije ya de pié frente al estéreo – hasta eso tiene su límite, es hora de cambiar de música.
- ¡Oye! – se quejó Rocío imitando un puchero.
Tá... ta-ta-ta-tá-ra-ta. Ta- Tá... ta-ta-ta-tá-ra-ta... Oh it’s such a perfect day. I’m glad I spent it with you. Oh such a perfect day, you just keep me hanging on. You just keep me hanging on.

Encendí la luz, me quité la chaqueta y la dejé sobre la mesa. Fui hasta la refri por una cerveza. Le di un trago mientras encendía la tele. Las noticias hablaban de las cuentas en Miami, de dinero supuestamente robado, que le habían encontrado al ex-presidente Portillo. Cambié de canal. Un partido de los Cardenales y los Marlins. Cambié. Una entrevista con George Lucas. Otra vez. Independence Day. De nuevo. Un documental sobre la muerte de Kennedy. Apagué la tele, fui hasta el estéreo y busqué un disco de Lou Reed. No fui capaz de ponerlo. No sentía ni siquiera melancolía, era una sequedad acre . Fui al estudio y abrí la Metafísica de Aristóteles. No había nada más allá de la noche.

The Dreamers

¡Gracias a Dios por el cine europeo! (y sobre todo gracias, porque aunque escasas, se puede acceder a ellas de vez en cuando en este lado del charco).
Una película de Bernardo Bertolucci que a pesar de ser prácticamente de Hollywood, sigue la mejor tradición del cine del viejo continente.
La trama se desarrolla alrededor de tres personajes principales: un joven estudiante americano (Matthew) y dos hermanos franceses (Isabelle – ¡maravillosa diosa Eva Green!- y Theo). Los tres comparten una pasión por el cine que los llevará a conocerse en una protesta contra el despido del fundador de la cinémathèque por parte del entonces ministro de cultura Andrè Mallraux.
A través de los ojos del veinte-añero americano, Bertolucci nos presenta la perspectiva convulsa de la Francia de finales de la década de los sesenta. Nada de original en utilizar esta herramienta del extranjerismo para incluir al espectador americano en ese ambiente, en el que probablemente se sentiría demasiado ajeno si perdiera completamente el vínculo con su cultura natal. Al final resulta ser un medio sumamente efectivo pues, además de cumplir con su objetivo, permite transmitir una visión distante, tanto de la ciudad como de los dos supuestos gemelos parisienses que le acompañan a lo largo del film.
Siguiendo una línea narrativa que recuerda a Ingmar Bergman, nos lleva a través de la trama sin presentarnos un punto focal totalmente definido: como en las películas de Bergman, el tema central parece cambiar; la trama no sigue una lógica convencional, queriéndose parecer más a la vida, sin moralejas, sin puntos finales y con múltiples perspectivas.
Aunque por momentos se deje de lado, el uso recurrente de la temática cinéfila hace que la película se sienta aún más europea (la erudición es parte innegable del carácter del continente). Las discusiones eventuales sobre si la comedia de Buster Keaton es superior a la de Charlie Chaplin, o los juegos de mímica para identificar películas como Top Hat, salpican intelectualidad. Y claro, tratándose de intelectuales – al menos en ciernes - del París del 68, no podía faltar la faceta de la influencia que ejerce el espíritu comunista sobre ellos, en medio de una sociedad de la cual aún no forman parte. Es aquí donde se encuentra la médula del film: la transición que pide de los dos hermanos la revolución, desde un mundo infantil (rayano en lo incestuoso), irreal y de ostracismo, hasta ese otro mundo exterior que reclama de ellos el tomar parte con acciones y, ulteriormente, ser algo distinto de lo que pretendían ser por siempre.
Indispensable película que te deja con la necesidad de verla otra vez, lo que probablemente se deba a que está basada en un libro y por eso, igual que un buen libro, cada vez que vuelves a ella encuentras una lectura diferente.

Thursday, May 19, 2005

Una tarde en el cine

Si pudiera escribir los tonos de la vida en su simpleza y en su caos, sería dueño de toda la belleza del mundo. Sería yo entonces la vida escribiéndose a sí misma y escaparía de todo lo que no soy; en completitud sería yo pura necesidad y entelequia de voluntad. Entonces, dejaría de ser.
Cada sueño es la incongruencia de mi ser: divergencia de la realidad y deseo inagotable que motiva mi cada hacer... partenogénesis de las ideas que forman una cadena infinita de insatisfacción, abortando el día en que puedan complacerse a sí mismas.
‘Accidents will happen’ oí decir una vez a un Elvis y entendí que la tristeza no tendría final. Pero cosa extraña, lejos de angustiarme, me sentí tranquilo, como si fuera el mar olvidándose de que es agua y sintiéndose uno con la sal, parte al fin indivisible de él. Si comprendí o no lo que el piano Costello decía, no tiene ahora importancia, pues la partitura estaba ya escrita desde hacía mucho. Sin que yo lo notara, en un tiempo inmemorable, yo la había escuchado, incluso antes de nacer, en el lamento de algún moro llegado a las costas del nuevo continente o en alguna india de dudoso contorno gimiendo con las piernas abiertas a la orilla del lago, tras el maizal. ¿Podía yo escuchar?

Todo eso pensaba yo sentado frente a mi viejo escritorio mientras en una esquina esperaban ordenadamente en fila india quince libros que querían adueñarse de mí. Los vi de soslayo, con una mirada fausta. Flirteamos así un rato, intercambiando miradas e intenciones de una sensualidad intempestuosa que no lo era por sí misma, sino porque aludían al sexo de aquella mi primera amiga que me enseñó el secreto de la fascinación por los sueños mojados. Sentí ganas de fumar un Marlboro. Me olvidaba que había dejado de fumar.
Melancólico como un gato, me fui a la sala y cogí el periódico, donde leí que hoy era la tarde de un sábado consagrado a una mala película de Hollywood en el cine.
Salí a la calle. Aburrido, aletargado, preferí el mutismo a subyugarme dócilmente a esta indócil vida.
Caminé solitario por el Mall, viendo vitrinas, haciendo tiempo para que comenzara la película.‘Terrible perogrullada es el desearte’ - pensé vagamente -‘eres tú siempre la misma, amiga mía. La vida, la vida’. Vestida de luto o con el sexo imposiblemente falto de lubricación, ella era siempre la misma.
Allí la vi: estaba sentada en una banca junto a un enorme árbol artificial decorado con lucecitas y bombas navideñas. Sonreí sin saber por qué, tomé su mano y la hice caminar junto a mí. Por un momento me sentí...¿feliz? No, seguramente no, pero al menos ausente de amargura. El tiempo, al estar con ella, fluía deleznable.

La película fue olvidada tan pronto como fue vista. Salimos de la sala y atravesamos el mall en dirección hacia el parqueo. Entonces noté que su mano, arrugada y cansina, despidiendo un acre olor a recuerdo, parecía cada vez mas delgada y se desvanecía entre la mía a cada paso que dábamos. Me sentí aterrado al pensar en perderla, pero cuando quise abrazarla, ya no estaba allí. La desesperación ahora... ¿cómo tal locura y angustia pueden seguir a un momento de plena calma? No podría ya sentirla, ni aún vieja y triste como estaba. Ni siquiera eso quedaba.
Suspiré, me detuve en un quiosco y compré un paquete de cigarros. Me olvidé que había dejado de fumar. Todo eso pasaba mientras yo deseaba regresar a casa para poder pensar en ella: en ella, mi vieja, mi única amiga.

A un año de haber muerto Jaras

Con la Fatalidad en el Vientre

¿Extrañas la casa con cabeza de cielo?
¿Extrañas el alba de los días con vientre?
¿Las espesas barbas de la anciana calma?
¿Las perlas sin fondo de sonrisa refulgente?

Todos se han ido a buscarte y no te han visto volver.
Robaron tus huesos y tu carcajada hirsuta
Para pintar tu pálida palma extendida en el aire.
Se han pintado unos zapatos con la horma de tu piel.

Te buscan bajo una estera de palabras podridas o
Sobre la hamaca donde duermen sus labios.
Sacuden la noche con el silbido del asfalto o
Retuercen una tele de la que nunca se ha visto.

¿No los extrañas tú, poseído por tus hijos?
Extrañas la casa, el alba, las barbas y las perlas.
Y extrañas a la fatalidad irremisible.
Y a los niños que empujas de nuevo hacia ti,
A esos los extrañas sin haberlos conocido.
No, a los otros no los extrañas,
Ellos te quieren robar de tu muerte.

Monday, April 25, 2005

God is a DJ

En algún lugar dejé perdida mi capacidad para divertirme. Ese tiempo en el que las fiestas o los conciertos se convertían en interminables desfiles de exultación se ha separado de mí sin avisar. Tal vez esa turgente masa grasa que ahora esconde mis costillas tenga algo que ver. A lo mejor ver a mis mejores amigos casados me haya cambiado. ‘I’ve grown wiser’, prefiero pensar. El trabajo y las noches de libros se han tragado las ganas por esos excesos que terminaron por cansarme. Pero de cuando en cuando extraño ese olor a desenfreno; la acuciante premura por violentar los límites de mi imagen del bien. Ahora, en los recuerdos se viven mejor esos momentos, ya sin todas las cadenas y punzones de los que antes se acompañaban.
Viendo en perspectiva, entiendo que de atentar contra mis principios era la única manera de situar correctamente las razones que hoy rigen mi vida. En esa trapisonda hacia lugares prohibidos, aparentemente incoherente, había una búsqueda por reconocer un lugar que desde la altura del bien no se puede ver; esa explanada más allá de los deseos y del dolor está escondida bajo la colcha de la conciencia, urdida con moral y remordimiento.
En las fiestas que se alargaban hasta después del amanecer, insuflado por coca y alcohol (o algún otro bichito por allí) había esa búsqueda a la que me refiero - cuya anterior explicación podría tildarse de presuntuoso misticismo – y que considero casi requisito indispensable para cualquiera que de le vida quiera algo más que deslizarse sobre ella como un patinador sobre hielo. ¿Acaso hay otra manera de llegar a un sitio desconocido que perdiendo el miedo a extraviarse en el bosque? Aquí se entendería bien aquella frase de Blake que dice que – me disculpo por recurrir a la mas trillada de ellas - el camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría. (obviamente, eso si ese camino no se convierte en tu covacha de domicilio permanente). En este siglo, para ingresar a la universidad de la vida debería ser prerrequisito: Drogas 101 – léase one o one - y Fiestas 102.
Las raves donde se consume droga masivamente, especialmente alucinógenas, tienen una aire casi religioso en su contexto. Adquieren un carácter social determinado por conciencias alteradas que al unísono buscan algo que no está acá. Igual que lo hacían los griegos en los ritos paganos de las olimpíadas o del Delfos. En ese entonces buscaban en lo alto, ahora se busca hacia adentro. Igual que entonces, hoy se tiene un medio para vincularse a los dioses – que como dije anteriormente, antes habitaban en lo alto y ahora en lo interno - : las lecturas poéticas, los dramas y los enfrentamientos atléticos se han sustituido por ritmos que a través de la repetición logran horadar el inconsciente. El DJ como artista es sacerdote de misas sintéticas: fabrica un lenguaje que permita comunicarse con una realidad, si no distante a la nuestra, al menos una a la que estamos desacostumbrados.
Nietzsche hablaba a principios de siglo de la inminente desaparición de la religión y vislumbraba como posible sucedáneo al arte, pues este es capaz de satisfacer esa necesidad de todos los humanos por confluir con lo trascendente. Por eso es curioso pensar en la cantidad de artistas que la era de las computadoras ha creado, al poner al alcance de cada vez más personas la posibilidad de crear en sentido artístico. El arte es la religión de los que creen… creen solo en que se debe creer.
Y mientras tanto, se me escapó otra vez ‘la diversión’. ¿Donde se metió? ¿Se habrá escondido entre las letras?

Tuesday, March 01, 2005

La sábana blanca con arena

La sábana blanca estaba llena de arena negra. Había un paquete de Marlboro Lights a mi lado, gastado y roto, pero aún lleno. Lo miré extrañado, sin saber de donde había venido. Aún en la confusión, nada resultaba incomprensible. No era situación en la que no me hubiera encontrado antes. Sabía que lo mejor era no recordar. De todas formas, el dolor de cabeza y la náusea imprudente hacían demasiado difícil el pensar.
Intenté bajar de la cama, pero estaba en una litera, y el mareo terminó por convencerme a no hacerlo. Abajo no había nada que realmente quisiera alcanzar. Allí tendido me sentía escondido, lejos del alcance de mi propia conciencia.
Después de algún tiempo, sentí movimiento abajo, y escuché unas voces sin comprender lo que decían. Decidí esperar. Cuando por fin sentí que estaban fuera del cuarto, bajé con un cigarro en la mano. Me senté en una silla que estaba en la sala de estar y fumé sin mucho placer.
Estuve así sentado sin saber cuanto tiempo, hasta que el aburrimiento me llevó de nuevo a la cama. Cuando me acosté, sentí un miedo medrando aquí dentro. Me pareció que mi nombre estaba vivo mientras le veía blandir su cola como queriendo aguijonearme. Me di la vuelta, y le atribuí el temor a los recuerdos de la noche anterior.
Soñé que dormía. Y cuando desperté todo era igual. Tampoco había nadie en el bungalow. Era todo tan sordo y tan grande que creí ahogarme en mi pequeñez. La maraña de mis días se extendía en el ambiente, inextricable, incomprensible. Sueños dilatados, todos insatisfechos, razonaban con un pensamiento propio explicando el porqué de mi sin razones. Pero mis cavilaciones se anegaron en mi abulia, angustiosa y tal ves hasta abominable, aunque igual apática al final. Esa densidad del existir me cansaba ahora mucho más que antes. Lo único patente era que esa mañana era el epítome de mi vida, negada por mí, inapetente; una mañana necia, un despertar de borrachera, sencillo e inerte.
Y pensé en ella, con ese pensar que entibia unas entrañas clamorosas por llenar el pasado con otra cosa que la realidad. Me dije que no se había perdido mucho. Fueron apenas unas cuantas palabras, unas cuantas caricias, una erección momentánea. Pero aún así no pude evitar el sufrirla sin haberla conocido, la sufrí recogiendo los hilos de esa única noche que se perdió con un hálito. Me pareció entonces mucho más: ella era la efigie de mis vacíos, esos espacios del no fue y del pudo haber sido. Desde esa mañana ella sería vago deseo en vilo eterno. Como un alud, el pasado imposible me arrastró al fondo de mí. Quise devolverme a la noche anterior, a su tacto, a ese olor a shampoo mezclado con brisa salada de mar en su pelo… pero sobre todo quise volverme a sus palabras. Creí entender que buscaban su nombre bajo mi piel. Tuve que correr al baño, y vomitar hincado en el inodoro, abrazándome a la taza. No había nadie en el bungalow.
Mi nombre cayó sobre mí. Me aplastó las ideas, arrebujó mis sueños en una sábana sucia, y yo, no supe que hacer con él.