Friday, August 05, 2005

El tiempo verdadero (Parte II)

Al otro día, las niñas despertaron temprano. Sin haberse duchado, Eduardo las llevó al mar, dejando a María durmiendo en la habitación.
Sentado en la arena, observaba a Vicky y a Manuela jugar a escapar de la resaca. Extrañaba ver a sus hijas jugar así. Pensó en la última vez que había tomado vacaciones; no pudo siquiera recordar la última vez que había estado en el puerto de San José. Lo único que vino a su memoria fueron imagnes inconexas, todas con esa arena como un bajo de fondo: su padre, su madre, sus hermanos, los amigos de la escuela, una guitarra y la trova de protesta. Hizo un agujero en la tierra, colocó los pies dentro y los cubrió con arena negra.
- Vicky, no te vayas a ir más adentro – le gritó cuando vió a la niña adentrarse en el mar, hasta donde el agua le llegaba casi a la cintura, siguiendo a dos niños mayores que ella, que jugaban a lanzar el freezbee para luego ir por él a nado. Notó, un poco más al fondo, a un hombre canado, con los hombros apenas fuera del agua, que parecía mirarlo con demasiado detenimiento. Después de observarlo por algún rato, su cara le resultó familiar. Se convenció de que lo conocía, pero no supo decir quién o de dónde era.
- Qué pensativo amaneciste hoy – dijo María, saludando con un beso en la boca.
- Es que me pareció ver a alguien conocido.
- Quién?
- No sé, un tipo que está allá en el mar.
- Dónde? Ese de hasta allá?
- Sí, pero no puedo recordar quién es.
- Si está lejísimos! No se distingue nada, cómo lo vas a reconocer?
- Bueno, no importa... tengo hambre. Vamos a desayunar?
- Por favor, que yo también me levanté con mucha hambre!

**

Desayunaron en el restaurante del hotel. Con el estómago aun pesado, se dirigieron a la piscina, donde Eduardo releió, recostado en una tumbona, su libro preferido de Darío.

Amor, en fin, que todo diga y cante,
amor que encante y deje sorprendida

Las niñas jugaban incansablemente en el agua, mientras María leía un texto de economía.

a la serpiente de ojos de diamante
que está enroscada al árbol de la vida

Hacía ya más de veinte añós? También la poesía envejecía. Ahora le resultaba un poco ridícula, como si los sentimientos a los que estaba unida fueran parte de un tiempo lleno de vanas ilusiones, de las cuales los años le habían enseñado a renegar. Pero, en ese día de sol sudoroso y salado, quería permitirse recordar.
Para el almuerzo, las niñas no quisieron salir de la piscina, así que su madre les llevó unos hot-dogs que comieron en la orilla, con el agua hasta el pecho. Eduardo no estuvo de acuerdo, pero prefirió quedarse callado, para evitar discutir. El pidió un seviche y una cerveza. Después, se quedó dormido.
Despertó sudando a chorros. Sin pensarlo, se zambulló de clavado en el agua. Ya refrescado, tuvo ganas de nadar un poco. En la primera pasada, antes de que pudiera alcanzar la otra orilla, se topó de frente con un cuerpo. Exaltado, sacó la cabeza del agua. Reconoció ante él al tipo canado – ahora veía que usaba un bigote, también canado – que había visto antes en la playa.
- Guayo! Pensé que eras vos, pero no me lo creía... no sabía que... nunca me lo hubiera imaginado – dijo el hombre, visiblemente emocionado. Bajando el tono de su voz, agregó – No me reconocés, verdad Guayito? Quedáte viendo. Imagináme sin bigote y, ni modo, sin las canas.
Poco a poco, la impromta de su cara dejó de ser sensible en la mente de Eduardo, transfomándose en una diminuta sensación que llegó casi a desaparecer, pero que luego creció, primero lenta y después vertiginosamente, hasta convertirse en un nombre:
- Victor! No puede ser... pero si yo pensé que... Victor, te juro que yo pensaba que....
- Sí, yo también – asintió Victor firmemente. - Pero ya ves que no.
Se abrazron con fuerza y permanecieron así un largo rato. Aunque ninguno de los dos lo notara, varias lágrimas asomaron a sus ojos.
- Tenemos mucho qué contarnos – dijo Eduardo cuando tuvo acopio de fuerzas suficientes para hablar. – No sé ni por donde empezar. Por qué no te venís a mi cuarto, te invito a un roncito y empezamos desde el principio?
- Te acepto la invitación, sólo que en lugar del ron, mejor una Coca – levantó su mano a la altura del pecho, cerrándola en puño y abriéndola varias veces. – Artritis – explicó sonriente, arqueando las cejas .