En algún lugar dejé perdida mi capacidad para divertirme. Ese tiempo en el que las fiestas o los conciertos se convertían en interminables desfiles de exultación se ha separado de mí sin avisar. Tal vez esa turgente masa grasa que ahora esconde mis costillas tenga algo que ver. A lo mejor ver a mis mejores amigos casados me haya cambiado. ‘I’ve grown wiser’, prefiero pensar. El trabajo y las noches de libros se han tragado las ganas por esos excesos que terminaron por cansarme. Pero de cuando en cuando extraño ese olor a desenfreno; la acuciante premura por violentar los límites de mi imagen del bien. Ahora, en los recuerdos se viven mejor esos momentos, ya sin todas las cadenas y punzones de los que antes se acompañaban.
Viendo en perspectiva, entiendo que de atentar contra mis principios era la única manera de situar correctamente las razones que hoy rigen mi vida. En esa trapisonda hacia lugares prohibidos, aparentemente incoherente, había una búsqueda por reconocer un lugar que desde la altura del bien no se puede ver; esa explanada más allá de los deseos y del dolor está escondida bajo la colcha de la conciencia, urdida con moral y remordimiento.
En las fiestas que se alargaban hasta después del amanecer, insuflado por coca y alcohol (o algún otro bichito por allí) había esa búsqueda a la que me refiero - cuya anterior explicación podría tildarse de presuntuoso misticismo – y que considero casi requisito indispensable para cualquiera que de le vida quiera algo más que deslizarse sobre ella como un patinador sobre hielo. ¿Acaso hay otra manera de llegar a un sitio desconocido que perdiendo el miedo a extraviarse en el bosque? Aquí se entendería bien aquella frase de Blake que dice que – me disculpo por recurrir a la mas trillada de ellas - el camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría. (obviamente, eso si ese camino no se convierte en tu covacha de domicilio permanente). En este siglo, para ingresar a la universidad de la vida debería ser prerrequisito: Drogas 101 – léase one o one - y Fiestas 102.
Las raves donde se consume droga masivamente, especialmente alucinógenas, tienen una aire casi religioso en su contexto. Adquieren un carácter social determinado por conciencias alteradas que al unísono buscan algo que no está acá. Igual que lo hacían los griegos en los ritos paganos de las olimpíadas o del Delfos. En ese entonces buscaban en lo alto, ahora se busca hacia adentro. Igual que entonces, hoy se tiene un medio para vincularse a los dioses – que como dije anteriormente, antes habitaban en lo alto y ahora en lo interno - : las lecturas poéticas, los dramas y los enfrentamientos atléticos se han sustituido por ritmos que a través de la repetición logran horadar el inconsciente. El DJ como artista es sacerdote de misas sintéticas: fabrica un lenguaje que permita comunicarse con una realidad, si no distante a la nuestra, al menos una a la que estamos desacostumbrados.
Nietzsche hablaba a principios de siglo de la inminente desaparición de la religión y vislumbraba como posible sucedáneo al arte, pues este es capaz de satisfacer esa necesidad de todos los humanos por confluir con lo trascendente. Por eso es curioso pensar en la cantidad de artistas que la era de las computadoras ha creado, al poner al alcance de cada vez más personas la posibilidad de crear en sentido artístico. El arte es la religión de los que creen… creen solo en que se debe creer.
Y mientras tanto, se me escapó otra vez ‘la diversión’. ¿Donde se metió? ¿Se habrá escondido entre las letras?
Viendo en perspectiva, entiendo que de atentar contra mis principios era la única manera de situar correctamente las razones que hoy rigen mi vida. En esa trapisonda hacia lugares prohibidos, aparentemente incoherente, había una búsqueda por reconocer un lugar que desde la altura del bien no se puede ver; esa explanada más allá de los deseos y del dolor está escondida bajo la colcha de la conciencia, urdida con moral y remordimiento.
En las fiestas que se alargaban hasta después del amanecer, insuflado por coca y alcohol (o algún otro bichito por allí) había esa búsqueda a la que me refiero - cuya anterior explicación podría tildarse de presuntuoso misticismo – y que considero casi requisito indispensable para cualquiera que de le vida quiera algo más que deslizarse sobre ella como un patinador sobre hielo. ¿Acaso hay otra manera de llegar a un sitio desconocido que perdiendo el miedo a extraviarse en el bosque? Aquí se entendería bien aquella frase de Blake que dice que – me disculpo por recurrir a la mas trillada de ellas - el camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría. (obviamente, eso si ese camino no se convierte en tu covacha de domicilio permanente). En este siglo, para ingresar a la universidad de la vida debería ser prerrequisito: Drogas 101 – léase one o one - y Fiestas 102.
Las raves donde se consume droga masivamente, especialmente alucinógenas, tienen una aire casi religioso en su contexto. Adquieren un carácter social determinado por conciencias alteradas que al unísono buscan algo que no está acá. Igual que lo hacían los griegos en los ritos paganos de las olimpíadas o del Delfos. En ese entonces buscaban en lo alto, ahora se busca hacia adentro. Igual que entonces, hoy se tiene un medio para vincularse a los dioses – que como dije anteriormente, antes habitaban en lo alto y ahora en lo interno - : las lecturas poéticas, los dramas y los enfrentamientos atléticos se han sustituido por ritmos que a través de la repetición logran horadar el inconsciente. El DJ como artista es sacerdote de misas sintéticas: fabrica un lenguaje que permita comunicarse con una realidad, si no distante a la nuestra, al menos una a la que estamos desacostumbrados.
Nietzsche hablaba a principios de siglo de la inminente desaparición de la religión y vislumbraba como posible sucedáneo al arte, pues este es capaz de satisfacer esa necesidad de todos los humanos por confluir con lo trascendente. Por eso es curioso pensar en la cantidad de artistas que la era de las computadoras ha creado, al poner al alcance de cada vez más personas la posibilidad de crear en sentido artístico. El arte es la religión de los que creen… creen solo en que se debe creer.
Y mientras tanto, se me escapó otra vez ‘la diversión’. ¿Donde se metió? ¿Se habrá escondido entre las letras?
1 comment:
Todos llegan a un punto en el que despiertan y se ven cambiados en el espejo, como si hubiera pasado de un dia para otro. Es extraño cómo la nostalgia envuelve recuerdos de algunos excesos que hubieran acabado por envolvernos, de no aprobar los cursos. Curiosa, la vida. Los raves son solo una forma de entenderla; Dios también es proxeneta, bartender, banda de heavy metal. Pero no podemos ser aceptados en la universidad de la vida sin cuestionar a Dios mismo. El curso siguiente seria Ateismo 103, a mi parecer.
Por otro lado, felicidades por un blog original. Llegué a él a través del de Maurice Echeverría y seguiré llegando. Mantenete así.
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