Thursday, May 19, 2005

Una tarde en el cine

Si pudiera escribir los tonos de la vida en su simpleza y en su caos, sería dueño de toda la belleza del mundo. Sería yo entonces la vida escribiéndose a sí misma y escaparía de todo lo que no soy; en completitud sería yo pura necesidad y entelequia de voluntad. Entonces, dejaría de ser.
Cada sueño es la incongruencia de mi ser: divergencia de la realidad y deseo inagotable que motiva mi cada hacer... partenogénesis de las ideas que forman una cadena infinita de insatisfacción, abortando el día en que puedan complacerse a sí mismas.
‘Accidents will happen’ oí decir una vez a un Elvis y entendí que la tristeza no tendría final. Pero cosa extraña, lejos de angustiarme, me sentí tranquilo, como si fuera el mar olvidándose de que es agua y sintiéndose uno con la sal, parte al fin indivisible de él. Si comprendí o no lo que el piano Costello decía, no tiene ahora importancia, pues la partitura estaba ya escrita desde hacía mucho. Sin que yo lo notara, en un tiempo inmemorable, yo la había escuchado, incluso antes de nacer, en el lamento de algún moro llegado a las costas del nuevo continente o en alguna india de dudoso contorno gimiendo con las piernas abiertas a la orilla del lago, tras el maizal. ¿Podía yo escuchar?

Todo eso pensaba yo sentado frente a mi viejo escritorio mientras en una esquina esperaban ordenadamente en fila india quince libros que querían adueñarse de mí. Los vi de soslayo, con una mirada fausta. Flirteamos así un rato, intercambiando miradas e intenciones de una sensualidad intempestuosa que no lo era por sí misma, sino porque aludían al sexo de aquella mi primera amiga que me enseñó el secreto de la fascinación por los sueños mojados. Sentí ganas de fumar un Marlboro. Me olvidaba que había dejado de fumar.
Melancólico como un gato, me fui a la sala y cogí el periódico, donde leí que hoy era la tarde de un sábado consagrado a una mala película de Hollywood en el cine.
Salí a la calle. Aburrido, aletargado, preferí el mutismo a subyugarme dócilmente a esta indócil vida.
Caminé solitario por el Mall, viendo vitrinas, haciendo tiempo para que comenzara la película.‘Terrible perogrullada es el desearte’ - pensé vagamente -‘eres tú siempre la misma, amiga mía. La vida, la vida’. Vestida de luto o con el sexo imposiblemente falto de lubricación, ella era siempre la misma.
Allí la vi: estaba sentada en una banca junto a un enorme árbol artificial decorado con lucecitas y bombas navideñas. Sonreí sin saber por qué, tomé su mano y la hice caminar junto a mí. Por un momento me sentí...¿feliz? No, seguramente no, pero al menos ausente de amargura. El tiempo, al estar con ella, fluía deleznable.

La película fue olvidada tan pronto como fue vista. Salimos de la sala y atravesamos el mall en dirección hacia el parqueo. Entonces noté que su mano, arrugada y cansina, despidiendo un acre olor a recuerdo, parecía cada vez mas delgada y se desvanecía entre la mía a cada paso que dábamos. Me sentí aterrado al pensar en perderla, pero cuando quise abrazarla, ya no estaba allí. La desesperación ahora... ¿cómo tal locura y angustia pueden seguir a un momento de plena calma? No podría ya sentirla, ni aún vieja y triste como estaba. Ni siquiera eso quedaba.
Suspiré, me detuve en un quiosco y compré un paquete de cigarros. Me olvidé que había dejado de fumar. Todo eso pasaba mientras yo deseaba regresar a casa para poder pensar en ella: en ella, mi vieja, mi única amiga.

A un año de haber muerto Jaras

Con la Fatalidad en el Vientre

¿Extrañas la casa con cabeza de cielo?
¿Extrañas el alba de los días con vientre?
¿Las espesas barbas de la anciana calma?
¿Las perlas sin fondo de sonrisa refulgente?

Todos se han ido a buscarte y no te han visto volver.
Robaron tus huesos y tu carcajada hirsuta
Para pintar tu pálida palma extendida en el aire.
Se han pintado unos zapatos con la horma de tu piel.

Te buscan bajo una estera de palabras podridas o
Sobre la hamaca donde duermen sus labios.
Sacuden la noche con el silbido del asfalto o
Retuercen una tele de la que nunca se ha visto.

¿No los extrañas tú, poseído por tus hijos?
Extrañas la casa, el alba, las barbas y las perlas.
Y extrañas a la fatalidad irremisible.
Y a los niños que empujas de nuevo hacia ti,
A esos los extrañas sin haberlos conocido.
No, a los otros no los extrañas,
Ellos te quieren robar de tu muerte.