Los pequeños bribones descubrieron el lodo bajo el chubasco de las dos de la tarde.
Los relámpagos en el jardín los hacían saltar asustados, luego reír nerviosos.
“Dejalos jugar”, me dijiste vistiéndote de canto de alondra.
Seguí los gritos de los niños por toda la casa, sin conseguir encontrarlos.
Pero enredados en las patas de la cama estaban los días largos, repitiéndose hace años,
Desvelados en la pregunta por lo que pudo haber sido.
Hoy encuentro estas tardes lluviosas del sur demasiado preñadas de añoranza.
Te llamé por teléfono. Estabas durmiendo la resaca.
Probé con un poco de sopa y me fui también a la cama.
Cambié de canal preguntando a la tele por los niños.
Dijo que entre tus cejas está encharcado un nacimiento.
Dijo que mis colmillos destilan esto que somos.
Pero ambos sabemos que nuestra complicidad es una mano divina apresando la lluvia,
Es una mano apostando ganarle al destino su sombrilla.
Cuelgo. Escalera. Royal flush.
Hoy ya no puedo blufear sin un temblor en el ojo.
Pero también sé que sobre estas tardes lluviosas del sur suele crecer una noche escampada.
Mañana tal vez la alondra aparezca disfrazada de ti,
En una rama floreada o en una fiesta de amigos,
Y hasta puede que entonces quieras divertirte conmigo saltando en los charcos.
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