Cuando pienso en Guatemala, pienso en confusión; en un lienzo pequeñísimo abigarrado de razas que luchan por definirse y entenderse como conjunto. Somos en ese sentido un pueblo muy joven que busca una identidad y un nacionalismo. Necesidad entendible, pero perniciosa. Nación es una palabra que debemos superar. Tras el demos se esconden las mayores irresponsabilidades y los individuos más débiles.
La nacionalidad debe ser producto de un proceso que en Guatemala apenas se está iniciando. Somos un país formado por razas desarraigadas de su origen que deben forjar una historia en común, de donde surgirá necesariamente una identidad, sea esta en cada raza por separado o en el conjunto. La dificultad para conformarla se presenta principalmente en una división social cada vez más marcada, aparejada con una separación racial, que degenera en una lucha de clases.
Al arte le corresponde reflejar el desarrollo del cambio, no así surgiendo de una identidad ya asentada, sino como parte de un proceso de conformación que sugiere dos alternativas: la producción desde la individualidad de la clase social dominante, y la producción desde las masas, las cuales solo lograrán su representatividad en la medida que produzcan desde su mismo seno personajes capaces de disecarlas (tarea por demás difícil, tomando de ejemplo el largo proceso que sufrió Europa para poder producir arte desde la clase obrera).
Esto resulta evidente si reconocemos que la clase dominante no es capaz de recoger la realidad de una clase trabajadora que la excluye. El papel de las clases altas resulta ser, pues, el de dibujar un retrato de una sociedad dividida, reconociendo que la nacionalidad no puede ser asumida sino en la medida que se traduzcan las diferencias de raza, cultura e historia amalgamadas a fuerza de obligación, bajo una legislación y un estado, en un territorio común.
Los intelectuales y artistas del país (provenientes en su mayoría de las clases altas) deben su labor a negar la presunción de que Guatemala forma un frente consolidado, sino por el contrario, hacer patente el abismo que separa a los distintos sectores de la sociedad. Yo soy partidario de una siempre cambiante nación de la irreverencia que rompa el altar de la ensoberbecida e ilusa eterna primavera. Prefiero fundarla en el deseo de superarción de sí misma, de derribar los ídolos del pasado y de crear en un mundo distinto al del enfrentamiento dualista de la izquierda y la derecha, sin perderlo nunca de vista como realidad inminente.
Por mi parte, pretendo reconocer mi individualidad como el único papel que me toca jugar. No me considero parte de Guatemala. La Guatemala de hoy, para mí, no existe; le corresponde a otros. No es nada, porque mi patria va allá donde yo voy, lo demás es pura circunstancia. La llevo de la mano de lo que creo, de lo que soy. Por eso es una y la misma con la destrucción de lo previo, de lo que debe ser superado. Se queda allí. Es solo un fantasma. Para mí, vivir en Guatemala es un espejismo.
Mi abuelo nació en Santiago Atitlán, a orillas del lago. Creció rodeado de naturaleza y de indios. Cuenta que su padre le dio una cabra montaraz para que la criara. El se ocupaba de darle de comer, y a veces, incluso mamaba de su teta. Ese mundo que para él era pura Guatemala, no existe para mí. Yo crecí en los lindes de la ciudad, en una zona residencial lejos del chapinísimo humo de las camionetas, amamantado por leche de mi MTV.
EN ESPERA DE LA ESPERANZA por Estuardo Castro
La confusión de mi sangre no quiso verte morir.
Esperaba que vinieras sin tu lúgubre camisón.
Siempre necia, siempre triste, te querías desangrar.
Y yo esperando que murieras.
Tus arrugas, tus colores, la palidez de tu nombre.
No, yo no te espero, me desahucia tu espesor.
Espera muerta a que venga de la esperanza el matador.
Y yo esperando que te mueras.
En mis brazos se desangra la perla roja y verde.
El estertor de su pecho anuncia su final.
Fumemos en su honor un suave habano
Remojado en la copa que de gota en gota
Se llena con la flema del Quetzal.
Arranquemos de este árbol
El veneno que se toma entre vecinos.
Que se apresure nuestro hado,
Y esperemos que tras el trago
Sea dulce la visión de larga tierra
Que espera la esperanza
De una luz que espera el sol.
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