“Si hay manos reservadas para dirigirse al infinito y al universo, esas son las manos del masturbador” Yukio Mishima en La corrupción de un ángel
Hace unos días me hablaba un amigo acerca de mi blog. Me hablaba de lo que no había leído, porque nunca había llegado al final de un post. Y es que no me resulta nada nuevo que sea tan poco interesante lo que escribo, después de todo parece demasiado pretencioso para ser un simple blog. Tal vez sería mejor hacerlo más corto... No, creo que lo único que cabe decir es que resulta aburrido.
Esta semana tenía la intención de continuar lo escrito la anterior acerca de la religión, pero dada la libertad que me da el disponer de mi espacio como si fuera un cuaderno de apuntes, prefiero dejarlo para más adelante y hablar simplemente sobre lo aburrido que resulta. Y aunque mi intención era tocar el tema de lo aburrido en la escritura, resulta inevitable que esto no sea nada más que una apología de lo que escribo, sin importar que nadie lo lea. Algunos leen para perderse, otros para encontrarse.
Tan desesperado parezco (o lo estoy) para hacer una disquisición sobre la primera opinión que recibo (y para colmo de alguien que no lo ha leído completo). Por eso es bueno que no haga esto por dinero ni con la intención de agradar. Sólo me queda, en cualquier caso, soñar con otros aburridos igual que yo.
Es que me parece que estamos ahora los humanos (tal vez igual que siempre) tan poco dispuestos a aburrirnos. Unos por miedo a toparse con ellos mismos, y otros por lo difícil y triste que resulta tener que reinventar la vida constantemente. La costumbre nos hace rodar cuesta abajo con una sonrisa que olvida el aburrimiento del mundo. El trabajo parece ser la mejor solución para olvidar que se vive aburrido, mientras el arte busca trocar en interesante lo que de otra manera y para el resto de la gente es puro sopor. ¿Que hay más aburrido que sentarse a ver el mundo pasar por una ventana cuando no pasa nada? En la pereza del mundo está la belleza. ¿Qué otra cosa es el arte que una representación de la somnolencia de la vida? Es tal vez por eso que quien intenta hacer arte tiene que hastiarse de la vida, aburrirse de ella y en sí, ver el gran bostezo universal en toda su magnitud. Cada día más, perdemos nuestra capacidad de enamorarnos de lo estático, de lo recurrente. La modernidad ha asesinado el romanticismo. La televisión y nuestro ajetreado ritmo de vida ahogan la sublimidad de la contemplación; tomamos antidepresivos para rescatarnos del spleen... y olvidamos así las dudas que la civilización despierta. ¿Trabajo para vivir? ¿Vivir para trabajar? A mí me parece que la vida no tiene ningún sentido en sí.... y aquí me detengo sobre un comentario que Marito (el amigo que dio pie a este artículo) me hizo: “Escribís demasiado existencialista” Tiene razón. No puedo evitarlo. Me aburro. Y tal vez sea solo yo, pero así siento su cadencia. Sé que la vida no tiene sentido en sí, sino el que uno mismo le da; porque se construye a sí misma sobre fantasmas de todo tipo, no nos queda más que escoger las mentiras en las que hemos de creer a lo largo de nuestra vida. Y si alguien dijera que es malo creer en mentiras, yo contestaría: naturaleza humana. Hasta el amor no es sino el sueño de entretenerse juntos.
Nuestros tiempos parecen esconder bajo el entretenimiento del cine, sus letras, las drogas (legales o no), el Internet y la tecnología, seres humanos demasiado contemporáneos, ajenos al dolor del pasado, o a la imposibilidad de evitarlo. Somos seres demasiado entretenidos. Estamos muy cómodos.
A mí me sucede que me aburre tanto entretenimiento. A otros les sucede lo contrario. Me gusta entretenerme conmigo mismo y jugar a ser el masturbador que sueña con el universo del placer ingénito de mi propio ser. La masturbación existencial también entretiene.
En un tiempo de mi vida en que ávidamente busco sonreír más, sueño con despertar junto a mis amigos aburridos... la sonrisa se esconde bajo el bostezo.
Wednesday, September 29, 2004
Wednesday, September 22, 2004
La religión de ayer
Nietzsche inició el siglo XX con su “Dios ha muerto”, concluyendo así un proceso de debate en contra del cristianismo (aunque finalmente repercutiera en la totalidad del pensamiento religioso) iniciado en el siglo XVI con la Reforma. Con éste planteamiento queda, a mi parecer, definitivamente zanjado el asunto de la religión en tanto a su incapacidad para subsistir como institución social. Aunque esto no signifique que en el terreno de la metafísica la proposición de Nietzsche sea inapelable, es admirable reconocer que las perspectivas que él presentó a través de su obra se han ido materializando de acuerdo a la línea que planteaba. Su pensamiento define hoy una tendencia global, encabezada por Europa, en la que se está produciendo la muerte de la religión. Cada día la gente está mas lejos de ella, mientras que paralelamente, como parte del proceso de remoción, se manifiesta un acercamiento entre las principales religiones de acuerdo a sus planteamientos metafísicos, según son percibidos por la sociedad, es decir, no en las esferas directivas religiosas (que por norma general son los más ortodoxos) sino en las personas comunes que la conforman. Ahora se da más énfasis a los beneficios que cada quien pueda obtener de tal o cual religión sin temer que, por involucrarse con alguna distinta a la que pertenece por nacimiento, su alma esté eternamente condenada. Por tal razón, presenta características más filosóficas y menos religiosas en el sentido tradicional. En todo caso creo, igual que él, que la religión es una etapa de la humanidad que debe ser superada y en cuyo proceso irreversible estamos inmersos en nuestros tiempos.
La secularización de la religión en la entrada del siglo XXI tiende principalmente a una individualización de ella, a crear religiones personales que representan la pérdida de vigencia de la Iglesia como institución, evidenciándose en la proliferación de sectas y, más recientemente, incluso en la tendencia legislativa (Francia, por ejemplo, al prohibir el uso del velo islámico) que la considera como un tema privado, tratándola como tal y previniendo manifestaciones públicas de cualquier tipo de creencias. De esta manera pierde su carácter social producto de la irracionalidad, es decir, que deja de ser impositiva y dogmática y, por tanto, disminuye su autoridad sobre las masas.
La ciencia ha contribuido constante y crecientemente a rechazar los dogmas, principalmente cristianos, a través de estudios psicológicos, sociológicos, arqueológicos e históricos que refutan las antiguas creencias y las hacen muchas veces incompatibles con los hombres racionales de nuestra época, proceso que se inició con el racionalismo de Spinoza, Leibniz y Descartes; dejan de ser válidos en su interpretación estricta y ponen de manifiesto su valor en un sentido mucho más pragmático. Por eso, los países del tercer mundo son aún bastante afectos a la religión, al estar formados en su mayoría por una masa no culta, de donde resulta que son las sociedades con mayor crecimiento de adeptos y hacia donde están enfocando las diversas religiones (y sectas) sus planes para conseguirlos.
Pero frente a la inminente caída de la religión como instrumento social, debe surgir una revalorización de los principios que han resultado beneficiosos para la sociedad, en contrapunto a la evaluación a la que ha sido sometida desde la Reforma. Esta revalorización incluye la apertura hacia el conocimiento de las distintas religiones, apoyada por la globalización (en cuanto se refiere a intercambio cultural), que apuntala la importancia de la ética como eje central de los análisis. Observada bajo este lente, la religión podrá prescindir de sus cultos (la mayoría de los cuales en el fondo resultan ser supersticiosos) y proporcionar un soporte filosófico para la vida de las personas. Aquí radica la importancia de reconocerla desde su perspectiva histórica. (Continuará.... Ética histórica)
La secularización de la religión en la entrada del siglo XXI tiende principalmente a una individualización de ella, a crear religiones personales que representan la pérdida de vigencia de la Iglesia como institución, evidenciándose en la proliferación de sectas y, más recientemente, incluso en la tendencia legislativa (Francia, por ejemplo, al prohibir el uso del velo islámico) que la considera como un tema privado, tratándola como tal y previniendo manifestaciones públicas de cualquier tipo de creencias. De esta manera pierde su carácter social producto de la irracionalidad, es decir, que deja de ser impositiva y dogmática y, por tanto, disminuye su autoridad sobre las masas.
La ciencia ha contribuido constante y crecientemente a rechazar los dogmas, principalmente cristianos, a través de estudios psicológicos, sociológicos, arqueológicos e históricos que refutan las antiguas creencias y las hacen muchas veces incompatibles con los hombres racionales de nuestra época, proceso que se inició con el racionalismo de Spinoza, Leibniz y Descartes; dejan de ser válidos en su interpretación estricta y ponen de manifiesto su valor en un sentido mucho más pragmático. Por eso, los países del tercer mundo son aún bastante afectos a la religión, al estar formados en su mayoría por una masa no culta, de donde resulta que son las sociedades con mayor crecimiento de adeptos y hacia donde están enfocando las diversas religiones (y sectas) sus planes para conseguirlos.
Pero frente a la inminente caída de la religión como instrumento social, debe surgir una revalorización de los principios que han resultado beneficiosos para la sociedad, en contrapunto a la evaluación a la que ha sido sometida desde la Reforma. Esta revalorización incluye la apertura hacia el conocimiento de las distintas religiones, apoyada por la globalización (en cuanto se refiere a intercambio cultural), que apuntala la importancia de la ética como eje central de los análisis. Observada bajo este lente, la religión podrá prescindir de sus cultos (la mayoría de los cuales en el fondo resultan ser supersticiosos) y proporcionar un soporte filosófico para la vida de las personas. Aquí radica la importancia de reconocerla desde su perspectiva histórica. (Continuará.... Ética histórica)
Wednesday, September 08, 2004
Nación
Cuando pienso en Guatemala, pienso en confusión; en un lienzo pequeñísimo abigarrado de razas que luchan por definirse y entenderse como conjunto. Somos en ese sentido un pueblo muy joven que busca una identidad y un nacionalismo. Necesidad entendible, pero perniciosa. Nación es una palabra que debemos superar. Tras el demos se esconden las mayores irresponsabilidades y los individuos más débiles.
La nacionalidad debe ser producto de un proceso que en Guatemala apenas se está iniciando. Somos un país formado por razas desarraigadas de su origen que deben forjar una historia en común, de donde surgirá necesariamente una identidad, sea esta en cada raza por separado o en el conjunto. La dificultad para conformarla se presenta principalmente en una división social cada vez más marcada, aparejada con una separación racial, que degenera en una lucha de clases.
Al arte le corresponde reflejar el desarrollo del cambio, no así surgiendo de una identidad ya asentada, sino como parte de un proceso de conformación que sugiere dos alternativas: la producción desde la individualidad de la clase social dominante, y la producción desde las masas, las cuales solo lograrán su representatividad en la medida que produzcan desde su mismo seno personajes capaces de disecarlas (tarea por demás difícil, tomando de ejemplo el largo proceso que sufrió Europa para poder producir arte desde la clase obrera).
Esto resulta evidente si reconocemos que la clase dominante no es capaz de recoger la realidad de una clase trabajadora que la excluye. El papel de las clases altas resulta ser, pues, el de dibujar un retrato de una sociedad dividida, reconociendo que la nacionalidad no puede ser asumida sino en la medida que se traduzcan las diferencias de raza, cultura e historia amalgamadas a fuerza de obligación, bajo una legislación y un estado, en un territorio común.
Los intelectuales y artistas del país (provenientes en su mayoría de las clases altas) deben su labor a negar la presunción de que Guatemala forma un frente consolidado, sino por el contrario, hacer patente el abismo que separa a los distintos sectores de la sociedad. Yo soy partidario de una siempre cambiante nación de la irreverencia que rompa el altar de la ensoberbecida e ilusa eterna primavera. Prefiero fundarla en el deseo de superarción de sí misma, de derribar los ídolos del pasado y de crear en un mundo distinto al del enfrentamiento dualista de la izquierda y la derecha, sin perderlo nunca de vista como realidad inminente.
Por mi parte, pretendo reconocer mi individualidad como el único papel que me toca jugar. No me considero parte de Guatemala. La Guatemala de hoy, para mí, no existe; le corresponde a otros. No es nada, porque mi patria va allá donde yo voy, lo demás es pura circunstancia. La llevo de la mano de lo que creo, de lo que soy. Por eso es una y la misma con la destrucción de lo previo, de lo que debe ser superado. Se queda allí. Es solo un fantasma. Para mí, vivir en Guatemala es un espejismo.
Mi abuelo nació en Santiago Atitlán, a orillas del lago. Creció rodeado de naturaleza y de indios. Cuenta que su padre le dio una cabra montaraz para que la criara. El se ocupaba de darle de comer, y a veces, incluso mamaba de su teta. Ese mundo que para él era pura Guatemala, no existe para mí. Yo crecí en los lindes de la ciudad, en una zona residencial lejos del chapinísimo humo de las camionetas, amamantado por leche de mi MTV.
EN ESPERA DE LA ESPERANZA por Estuardo Castro
La confusión de mi sangre no quiso verte morir.
Esperaba que vinieras sin tu lúgubre camisón.
Siempre necia, siempre triste, te querías desangrar.
Y yo esperando que murieras.
Tus arrugas, tus colores, la palidez de tu nombre.
No, yo no te espero, me desahucia tu espesor.
Espera muerta a que venga de la esperanza el matador.
Y yo esperando que te mueras.
En mis brazos se desangra la perla roja y verde.
El estertor de su pecho anuncia su final.
Fumemos en su honor un suave habano
Remojado en la copa que de gota en gota
Se llena con la flema del Quetzal.
Arranquemos de este árbol
El veneno que se toma entre vecinos.
Que se apresure nuestro hado,
Y esperemos que tras el trago
Sea dulce la visión de larga tierra
Que espera la esperanza
De una luz que espera el sol.
La nacionalidad debe ser producto de un proceso que en Guatemala apenas se está iniciando. Somos un país formado por razas desarraigadas de su origen que deben forjar una historia en común, de donde surgirá necesariamente una identidad, sea esta en cada raza por separado o en el conjunto. La dificultad para conformarla se presenta principalmente en una división social cada vez más marcada, aparejada con una separación racial, que degenera en una lucha de clases.
Al arte le corresponde reflejar el desarrollo del cambio, no así surgiendo de una identidad ya asentada, sino como parte de un proceso de conformación que sugiere dos alternativas: la producción desde la individualidad de la clase social dominante, y la producción desde las masas, las cuales solo lograrán su representatividad en la medida que produzcan desde su mismo seno personajes capaces de disecarlas (tarea por demás difícil, tomando de ejemplo el largo proceso que sufrió Europa para poder producir arte desde la clase obrera).
Esto resulta evidente si reconocemos que la clase dominante no es capaz de recoger la realidad de una clase trabajadora que la excluye. El papel de las clases altas resulta ser, pues, el de dibujar un retrato de una sociedad dividida, reconociendo que la nacionalidad no puede ser asumida sino en la medida que se traduzcan las diferencias de raza, cultura e historia amalgamadas a fuerza de obligación, bajo una legislación y un estado, en un territorio común.
Los intelectuales y artistas del país (provenientes en su mayoría de las clases altas) deben su labor a negar la presunción de que Guatemala forma un frente consolidado, sino por el contrario, hacer patente el abismo que separa a los distintos sectores de la sociedad. Yo soy partidario de una siempre cambiante nación de la irreverencia que rompa el altar de la ensoberbecida e ilusa eterna primavera. Prefiero fundarla en el deseo de superarción de sí misma, de derribar los ídolos del pasado y de crear en un mundo distinto al del enfrentamiento dualista de la izquierda y la derecha, sin perderlo nunca de vista como realidad inminente.
Por mi parte, pretendo reconocer mi individualidad como el único papel que me toca jugar. No me considero parte de Guatemala. La Guatemala de hoy, para mí, no existe; le corresponde a otros. No es nada, porque mi patria va allá donde yo voy, lo demás es pura circunstancia. La llevo de la mano de lo que creo, de lo que soy. Por eso es una y la misma con la destrucción de lo previo, de lo que debe ser superado. Se queda allí. Es solo un fantasma. Para mí, vivir en Guatemala es un espejismo.
Mi abuelo nació en Santiago Atitlán, a orillas del lago. Creció rodeado de naturaleza y de indios. Cuenta que su padre le dio una cabra montaraz para que la criara. El se ocupaba de darle de comer, y a veces, incluso mamaba de su teta. Ese mundo que para él era pura Guatemala, no existe para mí. Yo crecí en los lindes de la ciudad, en una zona residencial lejos del chapinísimo humo de las camionetas, amamantado por leche de mi MTV.
EN ESPERA DE LA ESPERANZA por Estuardo Castro
La confusión de mi sangre no quiso verte morir.
Esperaba que vinieras sin tu lúgubre camisón.
Siempre necia, siempre triste, te querías desangrar.
Y yo esperando que murieras.
Tus arrugas, tus colores, la palidez de tu nombre.
No, yo no te espero, me desahucia tu espesor.
Espera muerta a que venga de la esperanza el matador.
Y yo esperando que te mueras.
En mis brazos se desangra la perla roja y verde.
El estertor de su pecho anuncia su final.
Fumemos en su honor un suave habano
Remojado en la copa que de gota en gota
Se llena con la flema del Quetzal.
Arranquemos de este árbol
El veneno que se toma entre vecinos.
Que se apresure nuestro hado,
Y esperemos que tras el trago
Sea dulce la visión de larga tierra
Que espera la esperanza
De una luz que espera el sol.
Wednesday, September 01, 2004
Adaptación.
Adaptación. Supervivencia. Discurre la existencia para nosotros los humanos con una dificultad desconocida para el resto de los seres de nuestro planeta. Nos lo cuentan las Escrituras, de como Adán y Eva comieron del árbol del conocimiento y nos relegaron a una vida en la que debemos proveer para nuestra subsistencia. Es una forma de explicarnos como el hombre dejó de ser hijo de la naturaleza y se asemejó un poco a Dios con el pensamiento, quedando en el paso intermedio entre uno y otro, presa del espíritu que sueña ávidamente con el escape del cuerpo carnal. Desde entonces debemos responder inexorablemente a esas dos realidades que nos enredan y confunden, y que nos obligan a adaptarnos, a sobrevivirnos.
En la tradición de este conflicto, la humanidad ha evolucionado entre principios antagónicos, del racional contra el piadoso, del humanismo contra el nihilismo, del idealismo contra el pragmatismo, del socialismo contra el capitalismo y en esencia, de lo terrenal contra lo divino. La tendencia en cualquier caso es satisfacer las necesidades básicas de subsistencia y seguir el camino del progreso, de la victoria del hombre sobre la naturaleza. Pero en los linderos de esta senda han existido siempre algunos hombres a los que el progreso les parece un tanto sórdido, un poco ilusorio y tal vez demasiado insidioso. Cuestionan cada paso que ha llevado a nuestra existencia a ser lo que es. Para ellos, las leyes deben ser cuestionadas y escritas con su propia mano antes de ser válidas. Son pecadores y viciosos, bohemios o simplemente rebeldes, espíritus en busca de liberación, dispuestos a buscarla en lo sucio y en lo mórbido del mundo.
La historia de la humanidad está escrita por esos hombres que nos cuentan de su escapada, dejando a su paso hitos con los que se pueda seguir su rastro y que han apasionado a los filósofos, literatos y religiosos a través de los siglos (y a la sicología en el anterior). Es una historia ingente que a mí, como a millones, me absorbe, me anonada y embelesa. A veces me parece distinguirla claramente, mientras otras me resulta insondable. Resuena en Fausto y en La Náusea, en Trópico de Capricornio y en Siddartha con un grito lejano de salvación. Pero más cerca, en mi familia y amigos, resuena casi siempre triste; porque son pocos los que logran encontrarla. Son demasiados los que se dejan ahogar. Digo que se dejan ahogar porque son escasos los que siquiera llegan a desesperar y a luchar por liberarse. A veces hasta la religión y el amor no son nada más que consuelo, una salida de emergencia que no implica liberación, pues no pueden salvar a nadie que no tenga la clave dentro de sí mismo. “La verdadera sabiduría y las verdaderas posibilidades de salvación no pueden aprenderse ni enseñarse; son únicamente para aquellos que están a punto de ahogarse.” escribió Hesse. Y es que la mayoría vive aferrada a un salvavidas que no los deja hundirse en el torbellino de las emociones y finalmente lograr vencer, o sucumbir. Quizá sea preferible dejarse arrastrar, seguir esa corriente que predice nuestra destrucción, porque solo allí puede encontrarse la respuesta. Mantenerse a flote me parece menos digno que dejarse arrollar por el oscurantismo que habita en nosotros.
Los opuestos se generan mutuamente, el principio tiene que suceder a un fin, la muerte a la vida y de igual manera la salvación, entendida como el camino hacia la libertad y en contraposición con la tristeza de la vida, no puede salir de otro lugar que de la perdición misma. Los individuos que se enfrentan a esa barrera opuesta a sus valores en cuanto a forma, si no se pierden irremediablemente, encuentran al final una fortaleza en sí mismos que hubiera sido imposible obtener por otros medios. Al ceder ante sus impulsos han logrado nacer desde su ocaso y descubrir que toda medida de sus acciones se encuentra en ellos. Este es el principio del individualismo cristiano, según el cual Jesús estableció que el hombre debía ser superior a las leyes, las cuales existían para él y no al contrario. Principio que se extiende parafraseado en el Tao o el Zen, por ejemplo, filosofías a las que aludo tan solo para evitar que de mí se tenga una idea demasiado cristiana.
El hombre dañino y maligno (si es que cabe la expresión) es aquél incapaz de enfrentarse a sus demonios, ponerlos al descubierto y superarlos. Ese es para mí el enemigo, el que hace del bien un fin en sí mismo.
THE URGE por Estuardo Castro
Las colinas de seda destilaban lozanía de su agua vital,
Tulipanes crecían donde los sueños en racimos brotaban.
Tulipán soberbio robaba un atisbo de princesa,
Fantasma, reflejo de sus ojos veleidad.
Bucólicos versos de sus hojas, sus pétalos,
Supuraban mezclados con sangre azul real.
Acaso la prímula con mefítico hedor
Apagó el dulce aroma invernal,
Dejando dormir a un prurito cansino
Bajo una límpida manta de chinches.
Pero la noche vaginal con fragor de tormenta se abrió,
Las corrientes rasgaron en jirones la seda,
Arrancado de cuajo tulipanes y sueños,
Y ahogando en su cauce a un puñado de cuervos.
Se abrieron las grietas, mostrando el subsuelo
Y un río de miasma corrió con el légamo.
Bailaron los sapos regodeándose impávidos,
En contra tiempo danzando el fétido compás.
Las tormentas pasaron, y la primavera y el oro,
La corriente sangrienta dimanaba del fondo.
El agua y el río, en la tormenta despiertos,
Y el cieno y la tierra en la savia durmiendo.
Mientras el río despierte el vacío en los ojos, espejo o cristal,
Con clamor en los labios la corriente violenta habla más con nosotros,
De los secretos del vientre, de Una inmanente vertiente.
En la tradición de este conflicto, la humanidad ha evolucionado entre principios antagónicos, del racional contra el piadoso, del humanismo contra el nihilismo, del idealismo contra el pragmatismo, del socialismo contra el capitalismo y en esencia, de lo terrenal contra lo divino. La tendencia en cualquier caso es satisfacer las necesidades básicas de subsistencia y seguir el camino del progreso, de la victoria del hombre sobre la naturaleza. Pero en los linderos de esta senda han existido siempre algunos hombres a los que el progreso les parece un tanto sórdido, un poco ilusorio y tal vez demasiado insidioso. Cuestionan cada paso que ha llevado a nuestra existencia a ser lo que es. Para ellos, las leyes deben ser cuestionadas y escritas con su propia mano antes de ser válidas. Son pecadores y viciosos, bohemios o simplemente rebeldes, espíritus en busca de liberación, dispuestos a buscarla en lo sucio y en lo mórbido del mundo.
La historia de la humanidad está escrita por esos hombres que nos cuentan de su escapada, dejando a su paso hitos con los que se pueda seguir su rastro y que han apasionado a los filósofos, literatos y religiosos a través de los siglos (y a la sicología en el anterior). Es una historia ingente que a mí, como a millones, me absorbe, me anonada y embelesa. A veces me parece distinguirla claramente, mientras otras me resulta insondable. Resuena en Fausto y en La Náusea, en Trópico de Capricornio y en Siddartha con un grito lejano de salvación. Pero más cerca, en mi familia y amigos, resuena casi siempre triste; porque son pocos los que logran encontrarla. Son demasiados los que se dejan ahogar. Digo que se dejan ahogar porque son escasos los que siquiera llegan a desesperar y a luchar por liberarse. A veces hasta la religión y el amor no son nada más que consuelo, una salida de emergencia que no implica liberación, pues no pueden salvar a nadie que no tenga la clave dentro de sí mismo. “La verdadera sabiduría y las verdaderas posibilidades de salvación no pueden aprenderse ni enseñarse; son únicamente para aquellos que están a punto de ahogarse.” escribió Hesse. Y es que la mayoría vive aferrada a un salvavidas que no los deja hundirse en el torbellino de las emociones y finalmente lograr vencer, o sucumbir. Quizá sea preferible dejarse arrastrar, seguir esa corriente que predice nuestra destrucción, porque solo allí puede encontrarse la respuesta. Mantenerse a flote me parece menos digno que dejarse arrollar por el oscurantismo que habita en nosotros.
Los opuestos se generan mutuamente, el principio tiene que suceder a un fin, la muerte a la vida y de igual manera la salvación, entendida como el camino hacia la libertad y en contraposición con la tristeza de la vida, no puede salir de otro lugar que de la perdición misma. Los individuos que se enfrentan a esa barrera opuesta a sus valores en cuanto a forma, si no se pierden irremediablemente, encuentran al final una fortaleza en sí mismos que hubiera sido imposible obtener por otros medios. Al ceder ante sus impulsos han logrado nacer desde su ocaso y descubrir que toda medida de sus acciones se encuentra en ellos. Este es el principio del individualismo cristiano, según el cual Jesús estableció que el hombre debía ser superior a las leyes, las cuales existían para él y no al contrario. Principio que se extiende parafraseado en el Tao o el Zen, por ejemplo, filosofías a las que aludo tan solo para evitar que de mí se tenga una idea demasiado cristiana.
El hombre dañino y maligno (si es que cabe la expresión) es aquél incapaz de enfrentarse a sus demonios, ponerlos al descubierto y superarlos. Ese es para mí el enemigo, el que hace del bien un fin en sí mismo.
THE URGE por Estuardo Castro
Las colinas de seda destilaban lozanía de su agua vital,
Tulipanes crecían donde los sueños en racimos brotaban.
Tulipán soberbio robaba un atisbo de princesa,
Fantasma, reflejo de sus ojos veleidad.
Bucólicos versos de sus hojas, sus pétalos,
Supuraban mezclados con sangre azul real.
Acaso la prímula con mefítico hedor
Apagó el dulce aroma invernal,
Dejando dormir a un prurito cansino
Bajo una límpida manta de chinches.
Pero la noche vaginal con fragor de tormenta se abrió,
Las corrientes rasgaron en jirones la seda,
Arrancado de cuajo tulipanes y sueños,
Y ahogando en su cauce a un puñado de cuervos.
Se abrieron las grietas, mostrando el subsuelo
Y un río de miasma corrió con el légamo.
Bailaron los sapos regodeándose impávidos,
En contra tiempo danzando el fétido compás.
Las tormentas pasaron, y la primavera y el oro,
La corriente sangrienta dimanaba del fondo.
El agua y el río, en la tormenta despiertos,
Y el cieno y la tierra en la savia durmiendo.
Mientras el río despierte el vacío en los ojos, espejo o cristal,
Con clamor en los labios la corriente violenta habla más con nosotros,
De los secretos del vientre, de Una inmanente vertiente.
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