La intención del mensaje de Jesús era poner a los hombres de su pueblo como centro de las leyes, filosofía que de alguna manera se ha reafirmado en el pensamiento occidental (partiendo desde de Descartes) con el nacimiento del idealismo, al revalorizar el subjetivismo como principio del conocimiento. A pesar de ello, Jesús fracasó en su objetivo, porque la mayor parte de los judíos persistieron en su posición, y no aceptaron la nueva fe profesada, siendo que por su mensaje simple proliferó más en las masas populares gentiles, sin dejar de ser enemiga declarada del judaísmo. Lo que es peor, incluso el mensaje de Cristo fue transmitido inexactamente, pues es ahora sabido por los exegetas que la interpretación que se le dio estuvo influenciada por el dominio monopolístico que de él tenían algunos apóstoles, si no con plena intención de falsearlo, al menos de cumplir el objetivo de ganar adeptos a la doctrina.
Los principios filosóficos generales del cristianismo, tales como el libre albedrío o el amor al prójimo son asumidos como verdades, cuando en realidad no tienen ningún fundamento, y son sentencias puramente intuitivas, pues se conciben como verdades a priori no deducidas, sino tomadas directamente de la palabra de Dios; son verdades dogmáticas. Aunque lo conspicuo de Jesús radica precisamente en ello, en su intuición como personaje de genio, pues adelantó en siglos al pensamiento occidental. El cree en su verdad y forja su vida de acuerdo a ella, dando un sentido a la muerte en la promesa de la vida eterna y con eso una dirección nueva a la comunidad, dejando a un lado la mezquina mentalidad judía que no conocía la inmortalidad, sin cuyo sentido trascendente de la vida, la sociedades primitivas no podían vincularse a un objetivo que les permitiera interactuar. Por eso la suerte de los judíos no es casualidad, es causa directa de su forma de ver la vida y no lograr adaptarse en la sociedad y por el contrario granjearse el odio de sus coetáneos hasta la II Guerra Mundial. Jesús habló de esos errores anticipándolos.
De cualquier forma, fueron esas nuevas verdades del cristianismo, las que (malogradas la mayoría de veces) han llevado al mundo a lo que es hoy, pues su influencia es patente, sobre todo en el mundo occidental, cabeza de guía indiscutible del mundo. Paradójicamente, su fortaleza reside quizá en su aspecto más oscuro, que es el dogmatismo; pues es una religión que se asume con gozo, con entrega total, sin requerir de sus adeptos esfuerzo para comprender las verdades supremas; no les pide que piensen: la salvación es un regalo para todos los pecadores que reconozcan a Cristo como su único salvador. Es un trato por demás conveniente que, a pesar de todo, innegablemente ha logrado que millones de personas hagan de sus vidas algo con más sentido que la destrucción. En este sentido me parece es válida como subterfugio para soslayar las mayores dificultades de la vida, pero sólo en tanto sean una forma de acceder al camino que lleva a ella, y no en como un reallano donde se obvie la búsqueda incesante de su sentido y por tanto se olvide finalmente de ella.
La religión termina siendo como esas rueditas que se colocan a la bicicleta para aprender a manejarla: ayudan a obtener una guía, pero una vez se consigue esta, resultan innecesarias y hasta un estorbo. La humanidad debe de estarle agradecida al cristianismo porque ha marcado la pauta para conformarse socialmente, y enfilarse hacia un rumbo aproximado. Pero tal vez es tiempo de afinar ese rumbo. No es inaceptable que el que así lo desee pueda seguir andando con rueditas, pero para otros, quizá sea hora de crecer.
El amor entre la humanidad y la religión cristiana se escribió con mucha turbulencia; fue un amor inmensamente pasional. Dejó mucho sufrimiento, mucha sangre y mucho dolor, pero también regaló felicidad y alivio para muchos. Para el que quiere avanzar es insostenible tanto el querer olvidarla por completo como el querer aferrarse a ella. Su mensaje será eternamente bello mientras sea al pasado a donde pertenezca.
Los principios filosóficos generales del cristianismo, tales como el libre albedrío o el amor al prójimo son asumidos como verdades, cuando en realidad no tienen ningún fundamento, y son sentencias puramente intuitivas, pues se conciben como verdades a priori no deducidas, sino tomadas directamente de la palabra de Dios; son verdades dogmáticas. Aunque lo conspicuo de Jesús radica precisamente en ello, en su intuición como personaje de genio, pues adelantó en siglos al pensamiento occidental. El cree en su verdad y forja su vida de acuerdo a ella, dando un sentido a la muerte en la promesa de la vida eterna y con eso una dirección nueva a la comunidad, dejando a un lado la mezquina mentalidad judía que no conocía la inmortalidad, sin cuyo sentido trascendente de la vida, la sociedades primitivas no podían vincularse a un objetivo que les permitiera interactuar. Por eso la suerte de los judíos no es casualidad, es causa directa de su forma de ver la vida y no lograr adaptarse en la sociedad y por el contrario granjearse el odio de sus coetáneos hasta la II Guerra Mundial. Jesús habló de esos errores anticipándolos.
De cualquier forma, fueron esas nuevas verdades del cristianismo, las que (malogradas la mayoría de veces) han llevado al mundo a lo que es hoy, pues su influencia es patente, sobre todo en el mundo occidental, cabeza de guía indiscutible del mundo. Paradójicamente, su fortaleza reside quizá en su aspecto más oscuro, que es el dogmatismo; pues es una religión que se asume con gozo, con entrega total, sin requerir de sus adeptos esfuerzo para comprender las verdades supremas; no les pide que piensen: la salvación es un regalo para todos los pecadores que reconozcan a Cristo como su único salvador. Es un trato por demás conveniente que, a pesar de todo, innegablemente ha logrado que millones de personas hagan de sus vidas algo con más sentido que la destrucción. En este sentido me parece es válida como subterfugio para soslayar las mayores dificultades de la vida, pero sólo en tanto sean una forma de acceder al camino que lleva a ella, y no en como un reallano donde se obvie la búsqueda incesante de su sentido y por tanto se olvide finalmente de ella.
La religión termina siendo como esas rueditas que se colocan a la bicicleta para aprender a manejarla: ayudan a obtener una guía, pero una vez se consigue esta, resultan innecesarias y hasta un estorbo. La humanidad debe de estarle agradecida al cristianismo porque ha marcado la pauta para conformarse socialmente, y enfilarse hacia un rumbo aproximado. Pero tal vez es tiempo de afinar ese rumbo. No es inaceptable que el que así lo desee pueda seguir andando con rueditas, pero para otros, quizá sea hora de crecer.
El amor entre la humanidad y la religión cristiana se escribió con mucha turbulencia; fue un amor inmensamente pasional. Dejó mucho sufrimiento, mucha sangre y mucho dolor, pero también regaló felicidad y alivio para muchos. Para el que quiere avanzar es insostenible tanto el querer olvidarla por completo como el querer aferrarse a ella. Su mensaje será eternamente bello mientras sea al pasado a donde pertenezca.
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