Muchos hombres aman la soledad. Necesitan sentirse solos porque han caído en cuenta que en la vida no se puede existir de otra manera. Nadie puede vivir por nosotros, ni compartir nuestra vida. Aunque suene a perogrullada, es una realidad que todos ven, pero muy pocos viven.
En cualquier caso, ese deseo casi morboso de estar solo es una característica rara entre los hombres; algunos casi anacoretas, otros casi misántropos, pero plenamente conscientes de la implicación innegable de la soledad en la vida, los hombres excelentes han nacido de ella a lo largo de la historia.
Claro que muchos argumentarán que no existe nada más precioso para el ser humano que el poder compartir la vida con otra persona. A lo que respondo que no lo niego. Creo que es una bendición para los hombres poder encontrar a alguien junto a quien vivir. Pero esto de ninguna manera hace inválida la afirmación de que se vive en soledad. Nada nos garantiza la permanencia de la compañía, pues no es intrínseca a la existencia. La Naturaleza nos lo recuerda a cada instante con muertes y separaciones que nada podemos hacer por evitar, circunstancias ante las cuales no tenemos escogencia. La manera de afrontarlas, en cambio, es determinada por nosotros y moldeará en el futuro el camino que seguiremos de acuerdo a convicciones que sustenten nuestras decisiones. Es por tanto crucial definir esas convicciones, tarea que no se puede dar fuera de la soledad y de un ocio profundo.
La soledad debe eclosionar y ser esencia de un proceso que nos consolide como personas y nos defina ante el mundo, esculpiendo el alma con rasgos exclusivamente nuestros y separándolos de aquellos que han caído sobre nosotros en el camino y que nos son ajenos. Configurarse a través de ella es una faceta necesaria para la emancipación espiritual, común en la fragua de la individualidad de los hombres. Conocen aquí por primera vez a su ser, se enfrentan a él y aprenden a seguirlo. “En la soledad crece lo que uno ha llevado a ella, también el animal interior. Por ello resulta desaconsejable para muchos la soledad” decía Nietzsche en Así habló Zaratustra, significando que si bien no todos los hombres deben (o pueden) seguir este camino, es el único que conduce a conocerse a sí mismo y a desarrollar la virtud. Permite que la potencia del alma obre y se haga efectiva en acciones. Es nuestro origen y punto de partida para realizar el recorrido de la vida desde donde podemos reconocer claramente el destino a seguir.
He mencionado que la soledad es parte de un proceso de emancipación espiritual, al que se refieren muchos autores con distintos nombres: para Nietzsche era el camino que deben seguir los espíritus libres, para Hesse era la evolución del alma, pero para todos es la historia de la vida del hombre contada desde el alma. Es un proceso tan antiguo como el hombre, que dura lo que la vida y que, a pesar de todo, la mayoría muere sin haber siquiera identificado como algo real. Hablaré de este proceso con más detenimiento en otra ocasión, pero en lo tocante a la soledad, resulta interesante notar el hecho de que los hombres encaminados en esta singular ruta de vida encuentren vital para continuar el proceso el apearse en ella por momentos, como para recuperar el resuello y la perspectiva, desde su profunda melancolía. El individuo que decide seguir la pauta del alma debe aprender a amar a su soledad como a una madre o a una amante, inescrutable para todos, excepto para él. Con esa compañía como guía se le revelan los misterios del espíritu irisados por los colores propios de su individualidad. Atalaya desde allí la complejidad de la existencia, descubriendo las formas de la Naturaleza.
El proceso, empero, apenas inicia aquí. Este será su punto de contraste para todas las cosas que en adelante encuentre en su vida, a saber, el arte, el trabajo, el amor, el bien y el mal; el sitio inequívoco donde aprendió a vivir.
Necesitará recurrentemente, para continuar su recorrido, sentirse solo, aunque la mayoría de las veces no lo esté realmente. Rodeado de gente, luchará por apartarse y sentirse individual, delineando el contorno de su espíritu para reafirmar su unicidad ante un mundo confuso y abigarrado, en el que existen los menos parecidos a él.
DE COMO APRENDER A CANTAR SOLITO por Estuardo Castro
Sobre largas horas duermen tus canciones solitarias.
Las tarareas al oído de las vetas cancinas del humo
De un cigarrillo amargo que contigo ha despertado.
Queriendo guardar el ritmo con la soledad discutía,
Que si ha salido el sol, que si la luna ha perdido su ropa
Y se ha quedado desnuda con una revista en la mano.
Bajo largas horas se escondieron las noches de vela
Abrazando bajo las colchas segundos languidecentes
Que trenzados dibujaban sinuosa tu silueta;
Misteriosa y eterna, raíz de Cielo y Tierra.
Cantabas en su seno
La canción de la mujer y el velo,
Mientras en cada nota
Quería nacer el miedo.
Pero pariste solo soles,
Y de sol a sol la luna.
Y ya solita tu canción,
Se enamoró en silencio.
Y cantando y cantando
Recordaba tu Misterio.
En cualquier caso, ese deseo casi morboso de estar solo es una característica rara entre los hombres; algunos casi anacoretas, otros casi misántropos, pero plenamente conscientes de la implicación innegable de la soledad en la vida, los hombres excelentes han nacido de ella a lo largo de la historia.
Claro que muchos argumentarán que no existe nada más precioso para el ser humano que el poder compartir la vida con otra persona. A lo que respondo que no lo niego. Creo que es una bendición para los hombres poder encontrar a alguien junto a quien vivir. Pero esto de ninguna manera hace inválida la afirmación de que se vive en soledad. Nada nos garantiza la permanencia de la compañía, pues no es intrínseca a la existencia. La Naturaleza nos lo recuerda a cada instante con muertes y separaciones que nada podemos hacer por evitar, circunstancias ante las cuales no tenemos escogencia. La manera de afrontarlas, en cambio, es determinada por nosotros y moldeará en el futuro el camino que seguiremos de acuerdo a convicciones que sustenten nuestras decisiones. Es por tanto crucial definir esas convicciones, tarea que no se puede dar fuera de la soledad y de un ocio profundo.
La soledad debe eclosionar y ser esencia de un proceso que nos consolide como personas y nos defina ante el mundo, esculpiendo el alma con rasgos exclusivamente nuestros y separándolos de aquellos que han caído sobre nosotros en el camino y que nos son ajenos. Configurarse a través de ella es una faceta necesaria para la emancipación espiritual, común en la fragua de la individualidad de los hombres. Conocen aquí por primera vez a su ser, se enfrentan a él y aprenden a seguirlo. “En la soledad crece lo que uno ha llevado a ella, también el animal interior. Por ello resulta desaconsejable para muchos la soledad” decía Nietzsche en Así habló Zaratustra, significando que si bien no todos los hombres deben (o pueden) seguir este camino, es el único que conduce a conocerse a sí mismo y a desarrollar la virtud. Permite que la potencia del alma obre y se haga efectiva en acciones. Es nuestro origen y punto de partida para realizar el recorrido de la vida desde donde podemos reconocer claramente el destino a seguir.
He mencionado que la soledad es parte de un proceso de emancipación espiritual, al que se refieren muchos autores con distintos nombres: para Nietzsche era el camino que deben seguir los espíritus libres, para Hesse era la evolución del alma, pero para todos es la historia de la vida del hombre contada desde el alma. Es un proceso tan antiguo como el hombre, que dura lo que la vida y que, a pesar de todo, la mayoría muere sin haber siquiera identificado como algo real. Hablaré de este proceso con más detenimiento en otra ocasión, pero en lo tocante a la soledad, resulta interesante notar el hecho de que los hombres encaminados en esta singular ruta de vida encuentren vital para continuar el proceso el apearse en ella por momentos, como para recuperar el resuello y la perspectiva, desde su profunda melancolía. El individuo que decide seguir la pauta del alma debe aprender a amar a su soledad como a una madre o a una amante, inescrutable para todos, excepto para él. Con esa compañía como guía se le revelan los misterios del espíritu irisados por los colores propios de su individualidad. Atalaya desde allí la complejidad de la existencia, descubriendo las formas de la Naturaleza.
El proceso, empero, apenas inicia aquí. Este será su punto de contraste para todas las cosas que en adelante encuentre en su vida, a saber, el arte, el trabajo, el amor, el bien y el mal; el sitio inequívoco donde aprendió a vivir.
Necesitará recurrentemente, para continuar su recorrido, sentirse solo, aunque la mayoría de las veces no lo esté realmente. Rodeado de gente, luchará por apartarse y sentirse individual, delineando el contorno de su espíritu para reafirmar su unicidad ante un mundo confuso y abigarrado, en el que existen los menos parecidos a él.
DE COMO APRENDER A CANTAR SOLITO por Estuardo Castro
Sobre largas horas duermen tus canciones solitarias.
Las tarareas al oído de las vetas cancinas del humo
De un cigarrillo amargo que contigo ha despertado.
Queriendo guardar el ritmo con la soledad discutía,
Que si ha salido el sol, que si la luna ha perdido su ropa
Y se ha quedado desnuda con una revista en la mano.
Bajo largas horas se escondieron las noches de vela
Abrazando bajo las colchas segundos languidecentes
Que trenzados dibujaban sinuosa tu silueta;
Misteriosa y eterna, raíz de Cielo y Tierra.
Cantabas en su seno
La canción de la mujer y el velo,
Mientras en cada nota
Quería nacer el miedo.
Pero pariste solo soles,
Y de sol a sol la luna.
Y ya solita tu canción,
Se enamoró en silencio.
Y cantando y cantando
Recordaba tu Misterio.