Profundas miradas de caras planas,
Intuidas por los escasos fulgores de mi mente agotada.
Sentados en los riscos de melancólicos suspiros,
Arrastrando nuestra unión. Hacia atrás. Hacia delante.
Cogí el vaso de sobre la mesa.
Mis dedos trémulos casi se atrevieron a decirle
- ¿no creés vos que, ante la innegable belleza de lo pequeño,
no sea posible ya separarnos, evitar el destino?
Me volví para verlos.
En la oscuridad apabullante brillaban aquellas diminutas ausencias risueñas,
intermitentes y juguetonas luciérnagas moribundas.
Me mordí el labio.
Me mordí el labio.
Las sombras múltiples y en medio el listón largo cebando mi entrada al mundo,
Enredando la cristalina ruptura de la vista caleidoscópica
Derramada desde la húmeda profundidad que resguardaban sus piernas.
Mi mano antojadiza-deleznable-(in)consciente huyó del primer plano,
Acuencándose, estúpida, como si pudiera retener así algo.
No hubo risa. No había aire. No existía vacío capaz de contenerla.
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