Thursday, September 29, 2005
(...)
"How can the mind be so imperfect?" she says with a smile.
I look at my hands. Bathed in the moonlight, they seem like statues, proportioned to no purpose.
"It may well be imperfect" I say "but it leaves traces. And we can follow them, like footsteps in the snow."
"Where do they lead?"
"To oneself" I answer. "That's what the mind is. without the mind, nothing leads anywhere."
I look up. The winter moon is brilliant, over the town, abve the wall.
"Not one thing is your fault" I comfort her.
-Haruki Murakami, Hard Boilde Wonder Land and the End of the World.
Saturday, September 24, 2005
Ayer, hoy, mañana y siempre
Mi perro manchado. Unos nuevos lentes. Una nueva manera de peinarme. El recuerdo del gusto del sexo de esa a quien quise tanto. Cada arruga que imagino extendiéndose por mi cara, como un mapa de las posibilidades que nunca seré, apuntando a lo único que puedo ser: ese que soy. Vivo yo en alguna de estas cosas? Dónde existe mi vida que ha dejado de ser? Acaso junto a lo que seré, pero que -a pesar de lo mucho que mi imaginación pueda viajar hacia ello- no soy?
Ese que se levanta todos los días para ir hacia un trabajo que no quiere, se cierra ante mí como alambre de púas: allí vive la angustia. No por eso es menos cierto que también viva en ese que fui, siempre luchando por manejarme con sus hilos, o en esos lejanos fantasmas magros de lo que seré, todos usando mi misma cara, pretendiendo ser mis amantes... juego con ellos: algunos rezuman miel cuando nos gozamos.
Mi silencio. Mis platos sin lavar. Mi cama sin hacer. La profundiad que abre la soledad de mis pisadas sobre la alfombra de mi casa. El regalo del olvido en una noche de borrachera o en un porro de maría. Eso soy... Nada más que E. sentado escribiendo, sabiendo, sin embargo, que creer que soy únicamente eso sería blasfemar contra la gente que más quiero: esos que me han acompañado durante la vida, en las largas conversaciones, en las camas compartidas, en crear arte, en destruirme, en negarme, en encontrarme. Todos ellos soy. Veo cómo ellos, en cada gesto para fumar un cigarro, en cada pausa reticente sobre una tarde de café platicado, escogen la próxima letra que presionaré en el teclado. Lo veo en la forma de sus labios, en el olor de su pelo; en los hombres, en las muejeres; en sus vidas, en sus muertes; en su ausencia, en su coincidencia. Los veo ser la exclusiva -pero infinita - posibilidad de ser el que soy al hacer lo que hago.
Pausa.
Sí, entonces me resulta inevitable agradecer a ese ser infinito que descubro en mí, extendiéndose por los lugares que ellos han caminado y que yo nunca veré; renaciendo en esos niños, hijos suyos, que yo nunca tendré.
Por eso a veces creo realmente existir. Esperen... He sentido vértigo. Ya saben que me suele suceder.
Sunday, September 18, 2005
Pasión. Adaptación.
Querer algo con pasión. Amar algo con un impulso más fuerte que uno mismo. Es tan raro encontrar a alguien que viva así. Como una orquidia. Tan difícil es que encuentre las condiciones para crecer y desarrollarse plenamente.
Sin embargo, todos vivimos de una manera u otra presos de nuestras pasiones. Y digo presos porque entiendo que esa manera de querer algo, de movernos hacia eso deseado, no en tanto puro deseo, sino como movidos por algo más fuerte, trascendente tal vez, nos ata la mayoría de las veces, cuando debiera volvernos libres. Cualquier pasión no es en el fondo sino una visión que se presenta ante nosotros como una tela que recubre la realidad "trascendente" a que tendemos todos como humanos.
Muchos probablemente habremos experimentado lo que es "amar a alguien" con pasión, a veces para descubrir, más tarde, cuando ya no se está con esa persona, una sensación de haber estado hipnotizado, imantado o atrapado por una algo que luego no resulta aparente. Costumbre o rutina aparte, no es acaso siempre el amar un ver en otro lo que deseamos ser (el complemento, la "media naranja")? El amor tal vez sea, como escribió Nietzsche "la envidia tratando de dar un salto sobre sí misma". No es muchas veces el deseo la voluntad de perpetuación en los hijos?
La idea de escribir esta publicación me vino pensando sobre lo absurdo que encuentro en algunas personas ese enciclopedismo para leer, como si en el fondo lo importante fuera la cantidad de libros que se lee (o se dice haber leído) o los libros que se tiene; si has oído o no a tal o cual disco, más importante que lo que nos significa; si se ha visto o no tantas películas de tal o cual. Es que la pasión nos lleva a desearlo "todo", a ver en el velo la figura del rostro. No quiero decir que no exista en ese deseo desordenado la pasión por la belleza (al menos como inicio), pero adquiere un perfil de fealdad cuando carece de fe.
La verdadera pasión debería poder mutar, orientarse hacia la vida y no encontrarse un día vacía. Nunca dirigida a lo temporal o material. No a los libros, sino a las palabras. No a los discos, sino al sonido. No a las imágenes, sino al silencio.
En un episodio de la Biblia muy conocido, Dios pide a Abraham que le sacrifique a su hijo primogénito. Abraham, compungido y contrariado, accede. No puede entender que el Dios que le había prometido descendencia se lo pida ahora. Al final, Dios no permite que Abraham mate a su hijo: estaba poniéndolo a prueba. Entonces realiza su pacto con él (aunque según algunos exegetas sería más exacta la traducción como "hacer contacto, tener relación con"). Como es sabido, Abraham tiene una "descendencia tan grande como las estrellas" y de él nace el pueblo de Israel. Tal vez lo que esta historia venga a decirnos es que bajo todos los "grandes amores", las "grandes pasiones" existe una corriente subyacente, casi imperceptible, que lo une todo, lo llena de "sentido sin dirección", más importante que la cosa en sí a la que le atribuimos nuestro amor. Cuántos seríamos capaces de ver más allá de nuestra pasión? Habrá algunos que lo prueben día a día, sin ser siquiera conscientes de ellos, conzco varios. No son, en todo caso, mayoría. Cuántos lectores perderían el deseo de vivir si perdieran la vista? Cuántos músicos se suicidarían si se quedaran sordos? Cuántos cieneastas se entregarían a la desesperación si no pudieran contar con su imaginación?
Vivimos de quimeras, de sueños. Y que dulce es vivir de ensoñación. Sé de algunos que han dicho que la vida debe ser muy aburrida de ser vivida felizmente. Sé de algunos que prefieren vivir despiertos. Pero aun los despiertos sueñan por las noches. Que dulce es vivir de ensoñación.
Algunas cosas que por las que el tiger siente hoy pasión :
- Adaptation Una pelícual de Spike Jonze (2002). Aquí podrán encontrar más ideas sobre pasión.
- Hard Boiled Wonder Land & the End of the Wolrd. Un libro de Haruki Murakami. Una aproximación a lo que para mí, hasta hoy, debería hacer la literatura del futuro.
- Bill Evans. Y una versión excelente de "A time for love" a dos pianos.
Sin embargo, todos vivimos de una manera u otra presos de nuestras pasiones. Y digo presos porque entiendo que esa manera de querer algo, de movernos hacia eso deseado, no en tanto puro deseo, sino como movidos por algo más fuerte, trascendente tal vez, nos ata la mayoría de las veces, cuando debiera volvernos libres. Cualquier pasión no es en el fondo sino una visión que se presenta ante nosotros como una tela que recubre la realidad "trascendente" a que tendemos todos como humanos.
Muchos probablemente habremos experimentado lo que es "amar a alguien" con pasión, a veces para descubrir, más tarde, cuando ya no se está con esa persona, una sensación de haber estado hipnotizado, imantado o atrapado por una algo que luego no resulta aparente. Costumbre o rutina aparte, no es acaso siempre el amar un ver en otro lo que deseamos ser (el complemento, la "media naranja")? El amor tal vez sea, como escribió Nietzsche "la envidia tratando de dar un salto sobre sí misma". No es muchas veces el deseo la voluntad de perpetuación en los hijos?
La idea de escribir esta publicación me vino pensando sobre lo absurdo que encuentro en algunas personas ese enciclopedismo para leer, como si en el fondo lo importante fuera la cantidad de libros que se lee (o se dice haber leído) o los libros que se tiene; si has oído o no a tal o cual disco, más importante que lo que nos significa; si se ha visto o no tantas películas de tal o cual. Es que la pasión nos lleva a desearlo "todo", a ver en el velo la figura del rostro. No quiero decir que no exista en ese deseo desordenado la pasión por la belleza (al menos como inicio), pero adquiere un perfil de fealdad cuando carece de fe.
La verdadera pasión debería poder mutar, orientarse hacia la vida y no encontrarse un día vacía. Nunca dirigida a lo temporal o material. No a los libros, sino a las palabras. No a los discos, sino al sonido. No a las imágenes, sino al silencio.
En un episodio de la Biblia muy conocido, Dios pide a Abraham que le sacrifique a su hijo primogénito. Abraham, compungido y contrariado, accede. No puede entender que el Dios que le había prometido descendencia se lo pida ahora. Al final, Dios no permite que Abraham mate a su hijo: estaba poniéndolo a prueba. Entonces realiza su pacto con él (aunque según algunos exegetas sería más exacta la traducción como "hacer contacto, tener relación con"). Como es sabido, Abraham tiene una "descendencia tan grande como las estrellas" y de él nace el pueblo de Israel. Tal vez lo que esta historia venga a decirnos es que bajo todos los "grandes amores", las "grandes pasiones" existe una corriente subyacente, casi imperceptible, que lo une todo, lo llena de "sentido sin dirección", más importante que la cosa en sí a la que le atribuimos nuestro amor. Cuántos seríamos capaces de ver más allá de nuestra pasión? Habrá algunos que lo prueben día a día, sin ser siquiera conscientes de ellos, conzco varios. No son, en todo caso, mayoría. Cuántos lectores perderían el deseo de vivir si perdieran la vista? Cuántos músicos se suicidarían si se quedaran sordos? Cuántos cieneastas se entregarían a la desesperación si no pudieran contar con su imaginación?
Vivimos de quimeras, de sueños. Y que dulce es vivir de ensoñación. Sé de algunos que han dicho que la vida debe ser muy aburrida de ser vivida felizmente. Sé de algunos que prefieren vivir despiertos. Pero aun los despiertos sueñan por las noches. Que dulce es vivir de ensoñación.
Algunas cosas que por las que el tiger siente hoy pasión :
- Adaptation Una pelícual de Spike Jonze (2002). Aquí podrán encontrar más ideas sobre pasión.
- Hard Boiled Wonder Land & the End of the Wolrd. Un libro de Haruki Murakami. Una aproximación a lo que para mí, hasta hoy, debería hacer la literatura del futuro.
- Bill Evans. Y una versión excelente de "A time for love" a dos pianos.
Thursday, September 15, 2005
The true Tiger Tale
Escucho, en mi habitación del hotel en Río Hondo, una canción de Elvis Costello, ‘Watching the detectives’. Me recuerda el libro de Auster ‘La ciudad de cristal’ donde el personaje principal se convierte en detective. En inglés sería un ‘Private Eye’; hace un juego de palabras con ‘Private I’: Mi yo privado. Pienso en lo que significa tener un ‘yo privado’, ese alguien que nadie más conoce y que apenas se llega a vislumbrar algunas veces en la vida, aunque en el fondo se sienta como la única realidad.
Yo temo ahora que el espejo encierre
El verdadero rostro de mi alma,
Lastimada de sombras y de culpas,
El que Dios ve y acaso los hombres.
Este verso de Borges habla de la dualidad de ser ese yo en el que se cree (el private I), que vive en la mente, adentro, oculto, y ese otro yo que se ve, el de la gente, el que hace cosas, como si el uno o el otro pudieran ser definidos completamente. Pasamos la vida creyendo que en alguno de los dos extremos está la verdad, el yo real. Como lo explica Kierkegaard, unos preferimos adentrarnos en nuestro mundo interior en detrimento del otro yo que el mundo ve, mientras otros olvidan que existe otro debajo de esa piel velluda y sudorosa, trabajando todo el día.
Pienso: I like my ‘Private I’, aunque a veces me invada una sensación de vértigo cuando presiento la distancia entre mi ‘Public’ y ‘Private’ I; en ciertas ocasiones es miedo de que alguien descubra lo que hay bajo la superficie – oscuridad?- , y en otras tantas es pánico por que se pierda para siempre en el pasado, sin haber pronunciado palabra. El verso de Borges habla también de ese temor. Ese rostro del que dice Borges tener miedo de ver en el espejo, existe, aunque sea sólo visto por Dios – pero Dios sólo se alcanza yendo hacia adentro, hasta encarar desnudo al yo - y lo atormenta con las sombras y culpas – la tristeza, la oscuridad y el pasado- que se esconden en él.
Existe alguna forma de acompasar estos dos tiempos de la vida? No es eso de alguna manera la razón misma de toda religión? Es todo ilusión, tanto lo mental como lo sensorial, lo imaginativo como lo material, son puro sueño, soñado por el yo que nos observa desde el otro lado. La vida es sueño, diría Calderón. Es un laberinto. No se toca fondo ni en uno ni en otro extremo, porque siempre hay algo que le precede, una pregunta anterior, una causa prístina que nunca se llega a conocer. Son las manchas del tigre de Borges que contienen a otros tigres, estos a otros, y así hasta el infinito. Buscar eternamente.
Esa es la ‘Historia del Tigre’. Esa es la historia que él, el Tiger, quiere contar. Quiere escribir sobre su búsqueda en el hotel, en su habitación y en el rostro de las meseras que atienden en el restaurante. Pero nada de eso existe. Es él quien lo tiene que hacer existir. Por eso, quiere encontrar la ‘escritura del tigre’, de la que dice Borges expresa la palabra divina que contiene ‘la infinita concatenación de los hechos’ y ‘la plenitud’.
Si el Tiger, sentado en esa habitación, en un momento de introspección pudiera contar la historia de lo que siente al presionar las teclas de su computadora, al pasar su mano sobre sus pies enfriados por el aire acondicionado o al oler sus manos impregnadas de cloro de piscina, se encontraría de pronto consigo mismo, en una epifanía, frente a Dios; encontraría la verdadera “Tigre Tale”; lo divino y lo humano se unirían... pero nada cambia, siente su cuerpo sentado sobre la cama de esa habitación de hotel que hoy existe y que mañana, cuando él ya no esté allí, desaparecerá, deglutida por el pasado.
Yo temo ahora que el espejo encierre
El verdadero rostro de mi alma,
Lastimada de sombras y de culpas,
El que Dios ve y acaso los hombres.
Este verso de Borges habla de la dualidad de ser ese yo en el que se cree (el private I), que vive en la mente, adentro, oculto, y ese otro yo que se ve, el de la gente, el que hace cosas, como si el uno o el otro pudieran ser definidos completamente. Pasamos la vida creyendo que en alguno de los dos extremos está la verdad, el yo real. Como lo explica Kierkegaard, unos preferimos adentrarnos en nuestro mundo interior en detrimento del otro yo que el mundo ve, mientras otros olvidan que existe otro debajo de esa piel velluda y sudorosa, trabajando todo el día.
Pienso: I like my ‘Private I’, aunque a veces me invada una sensación de vértigo cuando presiento la distancia entre mi ‘Public’ y ‘Private’ I; en ciertas ocasiones es miedo de que alguien descubra lo que hay bajo la superficie – oscuridad?- , y en otras tantas es pánico por que se pierda para siempre en el pasado, sin haber pronunciado palabra. El verso de Borges habla también de ese temor. Ese rostro del que dice Borges tener miedo de ver en el espejo, existe, aunque sea sólo visto por Dios – pero Dios sólo se alcanza yendo hacia adentro, hasta encarar desnudo al yo - y lo atormenta con las sombras y culpas – la tristeza, la oscuridad y el pasado- que se esconden en él.
Existe alguna forma de acompasar estos dos tiempos de la vida? No es eso de alguna manera la razón misma de toda religión? Es todo ilusión, tanto lo mental como lo sensorial, lo imaginativo como lo material, son puro sueño, soñado por el yo que nos observa desde el otro lado. La vida es sueño, diría Calderón. Es un laberinto. No se toca fondo ni en uno ni en otro extremo, porque siempre hay algo que le precede, una pregunta anterior, una causa prístina que nunca se llega a conocer. Son las manchas del tigre de Borges que contienen a otros tigres, estos a otros, y así hasta el infinito. Buscar eternamente.
Esa es la ‘Historia del Tigre’. Esa es la historia que él, el Tiger, quiere contar. Quiere escribir sobre su búsqueda en el hotel, en su habitación y en el rostro de las meseras que atienden en el restaurante. Pero nada de eso existe. Es él quien lo tiene que hacer existir. Por eso, quiere encontrar la ‘escritura del tigre’, de la que dice Borges expresa la palabra divina que contiene ‘la infinita concatenación de los hechos’ y ‘la plenitud’.
Si el Tiger, sentado en esa habitación, en un momento de introspección pudiera contar la historia de lo que siente al presionar las teclas de su computadora, al pasar su mano sobre sus pies enfriados por el aire acondicionado o al oler sus manos impregnadas de cloro de piscina, se encontraría de pronto consigo mismo, en una epifanía, frente a Dios; encontraría la verdadera “Tigre Tale”; lo divino y lo humano se unirían... pero nada cambia, siente su cuerpo sentado sobre la cama de esa habitación de hotel que hoy existe y que mañana, cuando él ya no esté allí, desaparecerá, deglutida por el pasado.
Ahora se rehúsa a pensar en abstractos. No quiere pensar más en el pasado, ni en ‘Dios’, ni en el ‘Yo’. “Esas palabras confunden” piensa. Está convencido de que quien lea lo que ha escrito, pasará encima de las letras sin apenas haber sido tocado por ellas. Sueña – el Tiger se da cuenta de ello cuando relee lo que ha escrito – con existir en cada muro, árbol, mesa y silla de ese hotel en Río Hondo, que arañan su carne.
Sunday, September 04, 2005
El tiempo verdadero (Parte III y final)
Eduardo trajo de la nevera una lata de Coca Cola para Victor, que luego sirvió en un vaso plástico. Escanció ron en su vaso hasta casi la mitad. Se sentaron en la sala-comedor, frente a frente, en una mesita redonda. Ninguno de los dos se atrevía a hablar, así que bebieron lentamente, con suaves sorbos. Ni Eduardo ni Victor sabían como volver a un mundo al que creían ya no pertenecer, disuadidos por la rutina de sus días.
- Victor, creí que estabas muerto – dijo Eduardo intempestivamente, convencido de que Victor le agradecería el no andarse con rodeos.
- Eso es lo que pensó todo el mundo aquí en Guatemala cuando me fui.
- Yo me enteré que te habían desaparecido junto con ‘el Flaco’ Lobos.
- Pues sí, nos desaparecieron a los dos. Nos agarraron juntos cuando veníamos saliendo del billar ***, te acordás que a veces jugábamos allí al salir de clases? – levantó la mirada hacia el techo, buscando algo perdido.
- Seguro que me acuerdo. Vos me enseñaste a jugar allí.
- Es cierto... sólo malas mañas aprendiste de mí – acarició su rucio bigote al tiempo que se desvanecía la sonrisa de su boca. – Nos agarraron por la esplada, nos pusieron unas bolsas de tela en la cabeza y nos metieron a un carro. No tuvimos tiempo ni de gritar. Adentro nos empezaron a dar de trompadas. No sé cuanto tiempo nos tuvieron así, porque a mí me dejaron inconsciente de un culatazo. Cuando desperté estaba en un cuarto, con las manos amarradas y la misma bolsa en la cabeza. Traté de buscar al Flaco llamándolo muy bajito, pero no me contestó. Estuve así quién sabe cuanto tiempo, sin que nadie viniera a hablarme ni nada. Como no se escuchaban ruidos, pensé que me habían dejado abandonado y entonces empecé a desear que apareciera alguien. No grité porque tenía miedo de que no se hubieran ido todavía, y que sólo me hubieran dejado ahí porque pensaban que estaba muerto. Pero justo cuando me estaba convenciendo de que estaba solo, aparecieron de nuevo: un tipo con acento de oriente y otro que casi nunca hablaba (era el jefe y hablaba lo mínimo necesario para hacer cumplir sus órdenes). De allí en adelante empezaron a torturarme para que les diera nombres. Sistemáticamente me torturaron cada dos horas, de todas las formas que te podás imaginar. No me dejaron dormir ni una sola vez durante todo el tiempo que estuve allí. No me daban de comer y ni siquiera me dejaban ir al baño. Llegó un momento en el que lo único que quería era morirme – con los ojos clavados en el suelo y una mano que sostenía su mentón, tapando con los dedos el bigote, hizo una larga pausa. – Vos me entendés. Estas cosas no las he contado más que un par de veces en mi vida. No tiene caso que alguien más lo sepa. Disculpáme si me cuesta contarlo – tomó un sorbo de Coca-Cola y agregó, erguiéndose en la silla – Tal véz se casnaron de estar así sin que yo les dijera nada, porque un día (no estoy seguro cuanto tiempo me tuvieron así, perdí la noción del tiempo, aunque yo creo que fueron alrededor de cuatro días) agarraron y me metieron en una furgoneta junto a otro ‘detenido’ (sólo más tarde me enteré que era el Flaco). Nos sacaron a una carretra y nos dijeron que como no queríamos hablar, nos iban a ‘destilar’ las palabras. Nos amarraron de los pies y nos colgaron de un puente, ya con las caras destapadas. Era de noche y yo apenas podía distinguir sombras por el tiempo que tenía de estar en tinieblas, pero pude distinguir al Flaco colgado a mi lado. Le dije algo para tranquilizarlo. El me respondió que se alegraba de verme vivo. Estuvimos así un rato, sin decir nada, esperando que nos mataran. Entonces el jefe se dirigió a mí: “Comandante Tito. Comandan-tito debería decir. Así colgado, ni nadie es comandante, ni nadie es nada. Ya sólo es alguien que debería haber hablado”. Y le cortaron la cuerda al Flaco. Tuve que cerrar los ojos. No pude soportar ver su silueta cayendo, pero tengo fija aquí en la cabeza esa última imagen : quedó suspendido para siempre en una sombra que, cuando la recuerdo, la siento como un dolor en la mandíbula, por apretar tanto los dientes, angustiado por que nadie lo haya visto... ni siquiera gritó – dejó salir un suspiro. – Lo cierto es que después se fueron y me dejaron allí colgado. No sé por qué. A la mañana siguiente una niña que pasaba por allí me vió colgado, avisó a sus papás y llamaron a los bomberos. Al otro día me fui a Buenos Aires. Y allí he estado desde entonces. Me casé, tengo tres hijos, y ahora que me retiré vine aquí de vacaciones. No me había atrevido a venir antes.
- A mi me llevó más de catorce años poder regresar.
- Vos también te fuiste?
- Sí, a mí también me agarraron. Estuve diecisiete días detenido en una estación del centro. Me iban a matar seguro, sólo que no sabía cuando. Mataban a uno diario, por sorteo – bebió el último trago que quedaba en su vaso. – Pero tuve la suerte que una noche se quedaran sin luz. El tipo que me cuidaba se quedó dormido, le quité las llaves sin que se diera cuenta y me escapé. A la mañana siguiente agarré un avión para México.
- Victor, creí que estabas muerto – dijo Eduardo intempestivamente, convencido de que Victor le agradecería el no andarse con rodeos.
- Eso es lo que pensó todo el mundo aquí en Guatemala cuando me fui.
- Yo me enteré que te habían desaparecido junto con ‘el Flaco’ Lobos.
- Pues sí, nos desaparecieron a los dos. Nos agarraron juntos cuando veníamos saliendo del billar ***, te acordás que a veces jugábamos allí al salir de clases? – levantó la mirada hacia el techo, buscando algo perdido.
- Seguro que me acuerdo. Vos me enseñaste a jugar allí.
- Es cierto... sólo malas mañas aprendiste de mí – acarició su rucio bigote al tiempo que se desvanecía la sonrisa de su boca. – Nos agarraron por la esplada, nos pusieron unas bolsas de tela en la cabeza y nos metieron a un carro. No tuvimos tiempo ni de gritar. Adentro nos empezaron a dar de trompadas. No sé cuanto tiempo nos tuvieron así, porque a mí me dejaron inconsciente de un culatazo. Cuando desperté estaba en un cuarto, con las manos amarradas y la misma bolsa en la cabeza. Traté de buscar al Flaco llamándolo muy bajito, pero no me contestó. Estuve así quién sabe cuanto tiempo, sin que nadie viniera a hablarme ni nada. Como no se escuchaban ruidos, pensé que me habían dejado abandonado y entonces empecé a desear que apareciera alguien. No grité porque tenía miedo de que no se hubieran ido todavía, y que sólo me hubieran dejado ahí porque pensaban que estaba muerto. Pero justo cuando me estaba convenciendo de que estaba solo, aparecieron de nuevo: un tipo con acento de oriente y otro que casi nunca hablaba (era el jefe y hablaba lo mínimo necesario para hacer cumplir sus órdenes). De allí en adelante empezaron a torturarme para que les diera nombres. Sistemáticamente me torturaron cada dos horas, de todas las formas que te podás imaginar. No me dejaron dormir ni una sola vez durante todo el tiempo que estuve allí. No me daban de comer y ni siquiera me dejaban ir al baño. Llegó un momento en el que lo único que quería era morirme – con los ojos clavados en el suelo y una mano que sostenía su mentón, tapando con los dedos el bigote, hizo una larga pausa. – Vos me entendés. Estas cosas no las he contado más que un par de veces en mi vida. No tiene caso que alguien más lo sepa. Disculpáme si me cuesta contarlo – tomó un sorbo de Coca-Cola y agregó, erguiéndose en la silla – Tal véz se casnaron de estar así sin que yo les dijera nada, porque un día (no estoy seguro cuanto tiempo me tuvieron así, perdí la noción del tiempo, aunque yo creo que fueron alrededor de cuatro días) agarraron y me metieron en una furgoneta junto a otro ‘detenido’ (sólo más tarde me enteré que era el Flaco). Nos sacaron a una carretra y nos dijeron que como no queríamos hablar, nos iban a ‘destilar’ las palabras. Nos amarraron de los pies y nos colgaron de un puente, ya con las caras destapadas. Era de noche y yo apenas podía distinguir sombras por el tiempo que tenía de estar en tinieblas, pero pude distinguir al Flaco colgado a mi lado. Le dije algo para tranquilizarlo. El me respondió que se alegraba de verme vivo. Estuvimos así un rato, sin decir nada, esperando que nos mataran. Entonces el jefe se dirigió a mí: “Comandante Tito. Comandan-tito debería decir. Así colgado, ni nadie es comandante, ni nadie es nada. Ya sólo es alguien que debería haber hablado”. Y le cortaron la cuerda al Flaco. Tuve que cerrar los ojos. No pude soportar ver su silueta cayendo, pero tengo fija aquí en la cabeza esa última imagen : quedó suspendido para siempre en una sombra que, cuando la recuerdo, la siento como un dolor en la mandíbula, por apretar tanto los dientes, angustiado por que nadie lo haya visto... ni siquiera gritó – dejó salir un suspiro. – Lo cierto es que después se fueron y me dejaron allí colgado. No sé por qué. A la mañana siguiente una niña que pasaba por allí me vió colgado, avisó a sus papás y llamaron a los bomberos. Al otro día me fui a Buenos Aires. Y allí he estado desde entonces. Me casé, tengo tres hijos, y ahora que me retiré vine aquí de vacaciones. No me había atrevido a venir antes.
- A mi me llevó más de catorce años poder regresar.
- Vos también te fuiste?
- Sí, a mí también me agarraron. Estuve diecisiete días detenido en una estación del centro. Me iban a matar seguro, sólo que no sabía cuando. Mataban a uno diario, por sorteo – bebió el último trago que quedaba en su vaso. – Pero tuve la suerte que una noche se quedaran sin luz. El tipo que me cuidaba se quedó dormido, le quité las llaves sin que se diera cuenta y me escapé. A la mañana siguiente agarré un avión para México.
**
Yo lo escuchaba hablar, y me prguntába si lo que realmente quería, en el fondo, era que yo me sintiera conmovido por lo que me contaba. No lo veía a la cara. Sólo veía su taza de café. Y no es que no me importara. Pero es que sabía que me lo contaba con la intención de que le agradeciera algo que no sé qué es. Tomé un trago de mi café, evitando ceder a su petición.
- Y qué? Quedaron de verse otro día? – pregunté con forzado interés.
- No. Se regresó a Argentina el lunes.
- Ah. Lástima.
Me daba cuenta que él notaba mi indiferencia. No pude evitarlo. Su historia me parecía fatua; siendo él lo que era, la había convertido en un esfuerzo vano, un sacrificio sin ninguna recompensa. Tal vez era demasiado duro con él, aunque, aun si me hubiera conmovido su historia (conocía cientos parecidas, que había oído contar a sus amigos, en otros tiempos en lo que los temas políticos me embelesaban), no tenía ganas de hablar de izquierdas. Acaso no había otra cosa de qué hablar? Al menos con él, no.
- Y tu mamá, está bien?
- Sí. Bien. – me miró esperando que dijera algo más, así que tuve que agregar - está en Retalhuleu, regresa este fin de semana.
Por qué preguntaba siempre lo mismo? Hacía alguna diferencia el que ella estuviera bien o que se hubiera contagiado de dengue estando allá en el monte? Lo hacía porque no tenía nada más que decir. No teníamos nada de qué hablar. Pensé que, para mí, hubiese sido lo mismo que lo mataran aquél día en la estación de policía, o que hubiese escapado. Porque ni antes ni después de ese día tuve padre. Mientras estuvimos aquí en Guatemala, casi nunca lo veía. Después, cuando nos fuimos con mi madre detrás de él a México, lo veía todos los días en la casa, pero era como un extraño para mí, siempre merodendo por la cocina o la sala, siempre de mal humor. Un año después se divorció de mi madre, y yo regresé con ella a Guatemala.
Una parte de mí, sin embargo, - me dolía reconocerlo- estaba inextricablemente ligada a él. Pero no al tipo de anteojos, con la barba mal recortada y un turgente estómago, sentado frente a mí, sino a uno que se mantenía en silencio (probablemente porque ya había muerto), y que creía inexorablemente en la realidad de un esfuerzo vano.
- Y qué? Quedaron de verse otro día? – pregunté con forzado interés.
- No. Se regresó a Argentina el lunes.
- Ah. Lástima.
Me daba cuenta que él notaba mi indiferencia. No pude evitarlo. Su historia me parecía fatua; siendo él lo que era, la había convertido en un esfuerzo vano, un sacrificio sin ninguna recompensa. Tal vez era demasiado duro con él, aunque, aun si me hubiera conmovido su historia (conocía cientos parecidas, que había oído contar a sus amigos, en otros tiempos en lo que los temas políticos me embelesaban), no tenía ganas de hablar de izquierdas. Acaso no había otra cosa de qué hablar? Al menos con él, no.
- Y tu mamá, está bien?
- Sí. Bien. – me miró esperando que dijera algo más, así que tuve que agregar - está en Retalhuleu, regresa este fin de semana.
Por qué preguntaba siempre lo mismo? Hacía alguna diferencia el que ella estuviera bien o que se hubiera contagiado de dengue estando allá en el monte? Lo hacía porque no tenía nada más que decir. No teníamos nada de qué hablar. Pensé que, para mí, hubiese sido lo mismo que lo mataran aquél día en la estación de policía, o que hubiese escapado. Porque ni antes ni después de ese día tuve padre. Mientras estuvimos aquí en Guatemala, casi nunca lo veía. Después, cuando nos fuimos con mi madre detrás de él a México, lo veía todos los días en la casa, pero era como un extraño para mí, siempre merodendo por la cocina o la sala, siempre de mal humor. Un año después se divorció de mi madre, y yo regresé con ella a Guatemala.
Una parte de mí, sin embargo, - me dolía reconocerlo- estaba inextricablemente ligada a él. Pero no al tipo de anteojos, con la barba mal recortada y un turgente estómago, sentado frente a mí, sino a uno que se mantenía en silencio (probablemente porque ya había muerto), y que creía inexorablemente en la realidad de un esfuerzo vano.
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