La calle estaba inusualmente desierta. Al abrir la puerta encontré el pasillo en completa oscuridad. Inútilmente oprimí el interruptor varias veces. Se habría quemado la bombilla. Busqué a mi alrededor. No había nadie con quien quejarse. Caminé con una mano levantada frente a la cara, para protegerme de alguna pared que no hubiera visto, hasta que mis ojos finalmente se acostumbraron a la penumbra y pude encontrar la baranda. Subí las escaleras con paso cansino por el trabajo del día. Al llegar a la puerta de mi apartamento me detuve para buscar las llaves en el bolsillo de mi pantalón de gabardina kaki. Rutilaron débilmente cuando las levanté en el aire tratando de distinguir la llave de la puerta. El reverbero del metal insinuó un recuerdo en mi memoria. Cerré los ojos intentando definirlo. No pude asir nada concreto. Suspiré antes de decidirme por olvidarlo y abrí la puerta.
Tá... ta-ta-ta-tá-ra-ta, Tá....ta-ta-ta-tá-ra-ta. Esa melodía me llenó de tranquilidad. La silueta de Rocío ensimismada frente a la computadora, dibujada por la tenue luz de la lámpara de escritorio frente a ella me resultó casi sublime. Yo sabía que me había escuchado entrar, pero no se movió para hacérmelo notar. Me acerqué por la espalda y la besé en la coronilla. Ella apenas volteó y me sonrió. Continuó con lo que hacía y masculló, como si tuviera miedo de que al hablar demasiado fuerte las palabras fueran a confundirse con sus ideas: -Hola, estoy... sólo un minuto... estoy en medio de esto...
Tá... ta-ta-ta-tá-ra-ta. Fui hasta la refri y destapé una cerveza. A pesar del cansancio, me sentía casi animado. –Podríamos ir al cine. Todavía es temprano, a menos que tengas mucho que hacer – grité desde la cocina. – OK. Me vendría bien salir. Me han dicho de una buena peli que pasan, 25th hour, creo que se llama. Espera, ya termino – respondió.
Terminé mi cerveza y después de buscar los horarios en el Internet, tomamos el metro hasta la parada del parque de la Ciutadella.
Al salir del cine, en la calle, la gente paseaba bajo la luz de las farolas. Caminamos sin hablar. Apoyados sobre la balaustrada nos detuvimos a observar a un grupo que, en la playa, sentado sobre la arena, cantaba acompañado por una guitarra. Cuatro botellas de vino vacías tiradas alrededor acusaban su excesivo ánimo. Se respiraba en el aire la exaltada bienvenida del verano.
Bajamos unas escaleras, nos descalzamos y mojamos nuestros pies en la tibia resaca. Tuve ganas de nadar un rato, así que me desnudé hasta quedar en calzoncillos y le pedía a Rocío que cuidara de mis cosas. Ella se sentó sobre mi camisa con los brazos rodeando sus rodillas. Desde la distancia la vi sonreír al verme jugar con las olas; yo saltaba sobre ellas, luego nadaba bajo su reventazón o simplemente me dejaba dar un revolcón cuando alguna me tumbaba por la espalda. Jugaba con la delectación de Rocío al verme como a un niño mostrando a su madre las piruetas que podía hacer; sabía que al verme jugar me quería más.
Salí del agua un poco enfriado. Me senté a su lado a secarme con el viento, mientras ella encendía un cigarro.
Tá... ta-ta-ta-tá-ra-ta, Tá....ta-ta-ta-tá-ra-ta. Esa melodía me llenó de tranquilidad. La silueta de Rocío ensimismada frente a la computadora, dibujada por la tenue luz de la lámpara de escritorio frente a ella me resultó casi sublime. Yo sabía que me había escuchado entrar, pero no se movió para hacérmelo notar. Me acerqué por la espalda y la besé en la coronilla. Ella apenas volteó y me sonrió. Continuó con lo que hacía y masculló, como si tuviera miedo de que al hablar demasiado fuerte las palabras fueran a confundirse con sus ideas: -Hola, estoy... sólo un minuto... estoy en medio de esto...
Tá... ta-ta-ta-tá-ra-ta. Fui hasta la refri y destapé una cerveza. A pesar del cansancio, me sentía casi animado. –Podríamos ir al cine. Todavía es temprano, a menos que tengas mucho que hacer – grité desde la cocina. – OK. Me vendría bien salir. Me han dicho de una buena peli que pasan, 25th hour, creo que se llama. Espera, ya termino – respondió.
Terminé mi cerveza y después de buscar los horarios en el Internet, tomamos el metro hasta la parada del parque de la Ciutadella.
Al salir del cine, en la calle, la gente paseaba bajo la luz de las farolas. Caminamos sin hablar. Apoyados sobre la balaustrada nos detuvimos a observar a un grupo que, en la playa, sentado sobre la arena, cantaba acompañado por una guitarra. Cuatro botellas de vino vacías tiradas alrededor acusaban su excesivo ánimo. Se respiraba en el aire la exaltada bienvenida del verano.
Bajamos unas escaleras, nos descalzamos y mojamos nuestros pies en la tibia resaca. Tuve ganas de nadar un rato, así que me desnudé hasta quedar en calzoncillos y le pedía a Rocío que cuidara de mis cosas. Ella se sentó sobre mi camisa con los brazos rodeando sus rodillas. Desde la distancia la vi sonreír al verme jugar con las olas; yo saltaba sobre ellas, luego nadaba bajo su reventazón o simplemente me dejaba dar un revolcón cuando alguna me tumbaba por la espalda. Jugaba con la delectación de Rocío al verme como a un niño mostrando a su madre las piruetas que podía hacer; sabía que al verme jugar me quería más.
Salí del agua un poco enfriado. Me senté a su lado a secarme con el viento, mientras ella encendía un cigarro.
– Deberíamos venir una de estas noches aquí con una botella de vino – dijo, apartando su mirada del grupo, que ya no reía con tanto alboroto – Esta semana estuve demasiado ocupada, pero ahora que termine con lo del diseño del bar, tendré más tiempo.
Pensé en la última semana. Nos vi pasearnos por la sala sin decirnos una palabra. La vi sentada frente a la computadora. Me vi tomar una cerveza solo en una terraza después del trabajo. Quise decirle que las cosas no estaban bien, pero quién podría decirlo mientras existieran más tardes como esta, con playa y vino... y con esa calma...
- Eso estaría bien. Vino y playa. Suena muy bien. – sentí sinceramente lo que decía. – Hoy podríamos alquilar algunas pelis y comprar una botella de vino y pasar el fin de semana en la cama. Ver a Edward Norton me ha dejado con ganas de ver buen cine. ¿Te gustó la película?
- Me encantó; me fascina esa idea de mostrarte lo contingente... como si existiera, sólo para decirte al final que no.
- Para mí, eso es la belleza: pretender que lo etéreo pude ser material, hacer algo real del absoluto. Pero allí es donde está la complejidad de crear algo bello, porque no puedes dejarte llevar por abstracciones o por sentimentalismos... tienes que estar anclado a este mundo para hacer que surja esa realidad aparente, o mejor dicho, hacer aparente la irrealidad.
Rocío se quedó pensativa por un momento, dialogando con su cigarro. Luego me preguntó con una mirada confusa – Oye... ¿nunca has pensado en escribir? Creo que deberías hacerlo.
- Tal vez. Siempre he querido – Me puse de pié para ponerme los jeans. – Algún día, tal vez cuando tenga cincuenta años; cuando las cosas no sean tan confusas, cuando tenga calma... mientras tanto – dije con una sonrisa maliciosa, tirándome de bruces sobre ella – tengo cosas más urgentes que atender – puse su mano sobre mi miembro, que se había puesto duro probablemente por el roce del pantalón o por saber que ella pensaba que yo podría ser escritor. Soltó una carcajada y acariciándomela por encima del tela me dijo – Uhhuu.... parece que esto no puede esperar. Venga, vamos a casa que tengo el remedio – De un empujón me quitó de encima de ella y recogió sus cosas.
Cuando íbamos de camino empezamos a tener hambre. Compramos unas hamburguesas para llevar y nos detuvimos en el video por algunas pelis; escogimos Deep Blue, que ella ya había visto pero yo no, Amores Perros, que yo ya había visto pero ella no, y Adaptation, que ninguno de los dos había visto. En la tienda paki frente a la casa, compramos una botella de un Merlot que resultó malísimo, cosa que no nos extrañó, pues había costado tres euros. De todas formas, para cuando terminamos de comer, la habíamos vaciado casi completa, sin darnos cuenta, hablando de cosas dispersas: de las peleas que teníamos con nuestros hermanos cuando niños, de nuestros perros o de los conciertos a que habíamos ido. Bajé a comprar otra botella. Cuando regresé, sonaba en el estéreo un disco de Phish. Roció fumaba un cigarro acostada en el sofá. Me recosté junto a ella. Casi no dijimos nada, ni nos movimos - excepto Rocío para poner otro disco de Phish- por un par de horas.
- ¿Sabes que hacía mucho que no estaba con alguien que pudiera escuchar Phish tanto tiempo sin desesperarse? – dijo Rocío.
- A mí me parece que esas cosas que son tontas para la mayoría de la gente, para personas como nosotras son vitales para poder estar con alguien. Igual, – dije ya de pié frente al estéreo – hasta eso tiene su límite, es hora de cambiar de música.
- ¡Oye! – se quejó Rocío imitando un puchero.
Tá... ta-ta-ta-tá-ra-ta. Ta- Tá... ta-ta-ta-tá-ra-ta... Oh it’s such a perfect day. I’m glad I spent it with you. Oh such a perfect day, you just keep me hanging on. You just keep me hanging on.
Encendí la luz, me quité la chaqueta y la dejé sobre la mesa. Fui hasta la refri por una cerveza. Le di un trago mientras encendía la tele. Las noticias hablaban de las cuentas en Miami, de dinero supuestamente robado, que le habían encontrado al ex-presidente Portillo. Cambié de canal. Un partido de los Cardenales y los Marlins. Cambié. Una entrevista con George Lucas. Otra vez. Independence Day. De nuevo. Un documental sobre la muerte de Kennedy. Apagué la tele, fui hasta el estéreo y busqué un disco de Lou Reed. No fui capaz de ponerlo. No sentía ni siquiera melancolía, era una sequedad acre . Fui al estudio y abrí la Metafísica de Aristóteles. No había nada más allá de la noche.
Pensé en la última semana. Nos vi pasearnos por la sala sin decirnos una palabra. La vi sentada frente a la computadora. Me vi tomar una cerveza solo en una terraza después del trabajo. Quise decirle que las cosas no estaban bien, pero quién podría decirlo mientras existieran más tardes como esta, con playa y vino... y con esa calma...
- Eso estaría bien. Vino y playa. Suena muy bien. – sentí sinceramente lo que decía. – Hoy podríamos alquilar algunas pelis y comprar una botella de vino y pasar el fin de semana en la cama. Ver a Edward Norton me ha dejado con ganas de ver buen cine. ¿Te gustó la película?
- Me encantó; me fascina esa idea de mostrarte lo contingente... como si existiera, sólo para decirte al final que no.
- Para mí, eso es la belleza: pretender que lo etéreo pude ser material, hacer algo real del absoluto. Pero allí es donde está la complejidad de crear algo bello, porque no puedes dejarte llevar por abstracciones o por sentimentalismos... tienes que estar anclado a este mundo para hacer que surja esa realidad aparente, o mejor dicho, hacer aparente la irrealidad.
Rocío se quedó pensativa por un momento, dialogando con su cigarro. Luego me preguntó con una mirada confusa – Oye... ¿nunca has pensado en escribir? Creo que deberías hacerlo.
- Tal vez. Siempre he querido – Me puse de pié para ponerme los jeans. – Algún día, tal vez cuando tenga cincuenta años; cuando las cosas no sean tan confusas, cuando tenga calma... mientras tanto – dije con una sonrisa maliciosa, tirándome de bruces sobre ella – tengo cosas más urgentes que atender – puse su mano sobre mi miembro, que se había puesto duro probablemente por el roce del pantalón o por saber que ella pensaba que yo podría ser escritor. Soltó una carcajada y acariciándomela por encima del tela me dijo – Uhhuu.... parece que esto no puede esperar. Venga, vamos a casa que tengo el remedio – De un empujón me quitó de encima de ella y recogió sus cosas.
Cuando íbamos de camino empezamos a tener hambre. Compramos unas hamburguesas para llevar y nos detuvimos en el video por algunas pelis; escogimos Deep Blue, que ella ya había visto pero yo no, Amores Perros, que yo ya había visto pero ella no, y Adaptation, que ninguno de los dos había visto. En la tienda paki frente a la casa, compramos una botella de un Merlot que resultó malísimo, cosa que no nos extrañó, pues había costado tres euros. De todas formas, para cuando terminamos de comer, la habíamos vaciado casi completa, sin darnos cuenta, hablando de cosas dispersas: de las peleas que teníamos con nuestros hermanos cuando niños, de nuestros perros o de los conciertos a que habíamos ido. Bajé a comprar otra botella. Cuando regresé, sonaba en el estéreo un disco de Phish. Roció fumaba un cigarro acostada en el sofá. Me recosté junto a ella. Casi no dijimos nada, ni nos movimos - excepto Rocío para poner otro disco de Phish- por un par de horas.
- ¿Sabes que hacía mucho que no estaba con alguien que pudiera escuchar Phish tanto tiempo sin desesperarse? – dijo Rocío.
- A mí me parece que esas cosas que son tontas para la mayoría de la gente, para personas como nosotras son vitales para poder estar con alguien. Igual, – dije ya de pié frente al estéreo – hasta eso tiene su límite, es hora de cambiar de música.
- ¡Oye! – se quejó Rocío imitando un puchero.
Tá... ta-ta-ta-tá-ra-ta. Ta- Tá... ta-ta-ta-tá-ra-ta... Oh it’s such a perfect day. I’m glad I spent it with you. Oh such a perfect day, you just keep me hanging on. You just keep me hanging on.
Encendí la luz, me quité la chaqueta y la dejé sobre la mesa. Fui hasta la refri por una cerveza. Le di un trago mientras encendía la tele. Las noticias hablaban de las cuentas en Miami, de dinero supuestamente robado, que le habían encontrado al ex-presidente Portillo. Cambié de canal. Un partido de los Cardenales y los Marlins. Cambié. Una entrevista con George Lucas. Otra vez. Independence Day. De nuevo. Un documental sobre la muerte de Kennedy. Apagué la tele, fui hasta el estéreo y busqué un disco de Lou Reed. No fui capaz de ponerlo. No sentía ni siquiera melancolía, era una sequedad acre . Fui al estudio y abrí la Metafísica de Aristóteles. No había nada más allá de la noche.